Al menos tenemos que admitir, que son consecuentes estos señores de algunos de los estamentos del Gobierno con su intención de “educar” a nuestros jóvenes y niños. Todas las ideologías, a lo largo de la historia, han intentado exactamente lo mismo. Se han amparado, en eso no se salen para nada del boceto oroginario, en despotricar contra quien quiera que sea en el pasado se haya ocupado de la formación de los jóvenes. Simpáticamente todos tienen el mismo denominador común: hay que sacar de la escena, sobre todo a la Iglesia. Educar tiene dos posibles orígenes, significados incluso. Educar de “educare” vendría a significar que la el educando viene a ser moldeado, creado. Desde fuera se moldea lo que va dentro. Por eso también se podría hablar de adoctrinamiento. Educar de “educere” gira más bien en torno a la idea de “hacer salir”, despertar, ayudar al proceso de libertad en la toma de decisiones, a la madurez.
Cuando vemos en nuestra sociedad proyectos en los que se quiere obligar a la persona desde fuera a seguir unos ciertos lineamientos, acomodarse a la ideología del pensamiento único, no estamos educando sino todo lo contrario: estamos destruyendo la dignidad de la persona. La ideología de género, como cualquier otra ideología del pasado y seguramente del futuro, pretende perpetuar un modelo adoctrinador y adoctrinante, que desestimula grandemente la comprensión de la persona humana en su totalidad porque toda ideología es siempre y absolutamente siempre, parcial.
Cuando pretendo definir a un ser humano a partir de sus pulsiones sexuales o de sus inclinaciones particulares le estoy reduciendo a un conjunto de sensaciones, no de decisiones. Le convierto en alguien caprichoso, voluble, incapaz de ser libre. La verdadera educación lo que debe buscar ante todo es potenciar las capacidades del individuo, además de proporcionarle los medios suficientes para que desarrolle, esas capacidades, en procura del bien común y de la realización personal.
Por eso es que la verdadera educación comienza en la familia y los primeros responsables de la educación de los hijos son ineludiblemente y sin ninguna delegación posible sus padres. Un pueblo educado, formado, verdaderamente libre, es un pueblo en el que los valores familiares son sostenidos, respetados y promovidos. En un verdadero proceso educativo el docente no cuenta más que el “discende”.
Por lo tanto la imposición de un sistema educativo en el que no se favorezca el verdadero sentido de la libertad sino que se desemboque en lo que bien puede ser explicado, o mejor dicho distorsionado, en el lenguaje de una de las canciones de ese conejo que llenó el Olímpico la semana pasada, no es educación. A menos que lo que pretenda usted, es una sociedad vulgar, degradada, misógina y libertina. Educar no es potestad exclusiva de nadie, pero si responsabilidad de todos.