“Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca”. (Mt. 21, 33-43)

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Esta parábola de la viña y de los viñadores que Jesús cuenta a sus oyentes es una expresión de la historia de Israel, de la historia de la humanidad, de la historia de la Iglesia, y de la historia de cada uno de nosotros, en la que Dios plantó su viña para que diese frutos. Pero los jefes, y los dirigentes y nosotros mismos no hemos respondido a este designio de Dios: este designio es de amor y de vida y ha sido frustrado muchas veces.

Cuenta la parábola que el propietario le arrendó la viña a unos labradores “y se marchó lejos”. El detalle del propietario que “arrienda la viña a unos labradores” y se marcha de viaje era normal. Muchos terrenos de Palestina, principalmente de Galilea, pertenecían a latifundistas extranjeros. Las viñas comenzaban en Palestina a dar fruto al tercer año, y la renta se cobraba a partir del quinto año, según estipulaba la ley. Es lo que hace el dueño: envía unos criados para recibir su parte de los frutos de la viña.

Pero, “y se marchó” significa que Dios nos da un tiempo para crecer, y asumir nuestra responsabilidad en la realización de su designio de amor y de vida sobre nosotros.

“Llegando el tiempo de los frutos envió por dos veces a sus criados a los labradores para percibir los frutos”, pero los labradores agarrando a los criados apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Éste es el tema de la historia humana, la gran tragedia: administradores de unos bienes que no son suyos y quieren hacerse “propietarios de una “propiedad privada”, para sí mismos y para sus intereses.

Una vez agotados todos los recursos, el propietario de la viña opta por recurrir al amor extremo: “les mando a su hijo”. Este hijo es Jesús, expresión del amor de Dios al mundo y a cada unos de nosotros…Así que en esta parábola el dueño de la viña da una tercera oportunidad a los labradores: “: tendrán respeto a mi hijo” y la reacción de los labradores es la siguiente: “lo matamos y nos quedamos con su herencia” Es la ambición del poder y del tener que dominar nuestro mundo. Los dueños actuales del mundo han querido apoderarse de la “herencia” de la vida, matando para ello al Hijo. Son los poderes económicos, ideológicos, y políticos, que viven a costa de la muerte.

Jesús es consciente de que será rechazado y asesinado. Dios mandó a su Hijo no para que lo asesinaran, sino diciendo: “tendrán respeto a mi hijo”.  Sin embargo, contra la voluntad de Dios, lo matan. Y la renta que le dan es la muerte. Jesús mismo es el hijo representado en la parábola, el que es echado fuera de la viña; Jesús es echado fuera de este mundo injusto. Hemos echado fuera a Dios como dice F. Nietzsche: ‟ ¿Dónde está Dios? ‶ Yo les lo voy a decir: Nosotros lo hemos matado; Ustedes y yo. ¡Todos somos sus asesinos! Pero ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿A dónde nos dirigimos nosotros ahora?

‶Sin Dios el hombre es víctima de una “neurosis radical.” (Viktor Frankl)

La viña es el mundo, la tierra en la que hemos nacido y en la que hemos venido a vivir, la viña es la humanidad entera en la que el Señor ha plantado la cepa cristiana.

La viña es, por supuesto, la Iglesia, pero tampoco la Iglesia garantiza la fidelidad al señor de la viña ni le entrega los frutos que él tanto espera. A veces la Iglesia se empeña más en poseer verdades y poder que despertar frutos de libertad, de amor y de misericordia. Por supuesto, “la viña del Señor” somos también cada uno de nosotros: esa viña también podemos ser Ustedes y yo y tal vez, no hemos respondido siempre a esos cuidados del Viñador.  Después de la declaración solemne de la muerte de Dios, son bastantes los que comienzan a entrever ‟la muerte del hombre”.

Termina el texto del Evangelio con una cita del Antiguo Testamento: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. Jesús es esa piedra desechada, pero Él es la “piedra angular” …. Esa piedra que se coloca en el lugar fundamental de la construcción, en el ángulo que une los dos muros. De esta piedra depende toda la solidez del edificio. Si queremos construir nuestra vida sobre algo sólido necesitaremos apoyarnos en Él, en Cristo, nuestra vida y nuestra esperanza. Ciertamente, Él es “la piedra angular que desecharon los arquitectos”. Jesús es alguien que fue rechazado. Este rechazo de Jesús se prolonga en la historia de la humanidad, en la tragedia que atropella a miles de seres humanos o a pueblos enteros en las injusticias padecidas por los más pobres…

También, ante el Evangelio de hoy, podemos preguntarnos: ¿Sobre qué estamos construyendo nuestra vida? Algunos se construyen solamente en lo exterior, en la apariencia, sobre el personaje, en la ambición por el poder, pero por dentro, están inmensamente vacíos. Construir nuestra vida sobre Él significa tener la certeza profunda de que existe una fuerza segura en la que podemos confiar. Vivir así nos libera.

Que renovemos hoy nuestra confianza en Él, que es el verdadero fundamento de nuestra vida. Que podamos decirle: gracias porque Tú, Señor, eres el Hijo del Amor y has venido hasta nosotros, para ayudarnos a dar los frutos de Vida, de Amor y de esperanza.

 

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