“Tú sabes la misión que tengo es difícil y sin ti estoy perdido”

Repetía el Padre Mario de Celles a menudo como oración al Señor en sus primeros años de servicio en Honduras.

0
2221
Danilo Aceituno y el P. Mario de Celles

Este 19 de julio el presbítero Mario de Celles ha partido a la Casa del Padre dejando una serie de obras de evangelización en el país. Lo recordamos con especial cariño y compartimos esta entrevista que se realizó en sus bodas de oro.

Entrevista de DANILO ACEITUNO al Padre MARIO DE CELLES, PME, Párroco de Catedral, en sus 50 años de Vida Sacerdotal, 29 de Junio 2007.

Yo nací en el Canadá en la ciudad de Longueuil, frente a Montreal, del otro lado del rio San Lorenzo. Mi padre se llamaba Agustín y ni madre Gertrudis. Soy el menor de siete hijos, nueve con papá y mamá.

Ya que nuestra familia era bastante grande, todos teníamos que cooperar. Yo empecé a trabajar a los doce años con el panadero. Repartía el pan de casa a casa, inclusive en el tiempo de las vacaciones de Navidad, cuando teníamos allí bastante nieve.

Tuve una bonita juventud. Fui Boy Scout, tenía mi grupo de pastoral juvenil y mi grupo de amigos, muchachos y muchachas. Pasamos una juventud muy alegre, por eso damos gracias a Dios. Tuvimos una vida normal; infancia, niñez y adolescencia, todo fue normal.

Luego, me preparé para ir a la universidad y como todo joven, pensé en formar un matrimonio y ser un profesional.

Al final de los estudios fui a un retiro espiritual vocacional. Allí el Director Espiritual me preguntó: “Joven, ¿qué piensas hacer?”, le conteste: “Me voy a la universidad”. Yo pensaba ser un abogado para defender a los acusados inocentes. Tenía buenas intenciones.

Entonces, vino un padre Jesuita y me dio una tarea, me dijo: “Ve a tu cuarto y pregúntate, primero, ¿como anda el mundo? Tú vas a ver que el mundo anda mal. Escribe todo lo que hay de malo en el mundo. Y pregúntate después, ¿qué tenemos que hacer para cambiar al mundo?, o ¿cual es la persona más útil para cambiar el mundo?”

Esa fue la tarea que me dio el padre Jesuita. Entonces empecé a pensar mucho para ver todo eso y vi que el mundo iba mal por que dejaba a Dios. Y si el mundo deja a Dios, el hombre mas útil para hablar de Dios es el sacerdote, naturalmente. Entonces, cuando se lo conté al padre, me dijo: “Aja, y que piensas ahora, tú también podrías ser un abogado de Dios.”

“Ay no, mis amigos, mis amigas”. Siempre, entre mis amigas había una que para mi era como una perla, pero no es el estilo de los novios como ustedes les llaman aquí. Era una amistad sana, pura. Eran buenas muchachas así como buenos compañeros. Hemos pasado una juventud tan sana.

Así que empecé a pensar, a pensar, y a pensar, y me dije: “Dios mío, ¿por qué el padre me vino a poner esta gran interrogante? Yo estaba tan seguro, ya todo estaba decidido, y el me pone esto”. Y me dije: “Que sea Dios que me esta hablando por la boca de este Jesuita”.

Yo estaba un poco enojado con él, y me dije: “¿Y para qué me dijo eso?, me cambió todo”. Fui a hacer una Hora Santa al Santísimo, en la capilla. Hablaba de esto con el Señor y dije: “Este cura Jesuita vino a transformarme, a cambiarme todo, todo lo que yo quería mas”. Bueno, por fin, tomé la decisión, pero lo peor de todo, no solamente escogí el sacerdocio, sino misionero. Ser misionero, eso es bonito de palabra pero es difícil en la práctica. Deja a tus papas, deja a tus amigos, deja a mi chiquita amiga que llamaba Perla. Deja todo para ir a un país desconocido. Otro idioma, otras costumbres. Eso es complicado.

Siempre, mi amiga, como muy buena católica, me decía: “No te voy a molestar Mario, pero yo voy a rezar por ti. Pero, si no es tu lugar, regresa, yo te espero”. Ven conmigo. Ella fue realmente una gran muchacha. Hasta me ayudo en mi vocación sacerdotal por que ella me esperó hasta el día que fui ordenado sacerdote. Eso es algo que nunca voy a olvidar en mi vida. Ella me esperó, rezó, pidió al Señor que fuera su voluntad. Nunca fue un obstáculo. Nuestra amistad era tan sana.

Pero lo que fue un poco cómico fue cuando fui ordenado sacerdote. La costumbre, después de la misa, es que la gente viene a besarnos las manos. Y ella vino de último, después de mi familia, y agarró mis manos, las puso juntas, y me dijo: “Mario ya no te voy a esperar más”. Me dio un gran abrazo, de una amiga. Una amiga pura, sincera, para toda la vida.

Yo pensaba que era Honduras Británica. Yo no conocía otra Honduras. Bueno, empecé a buscar en el mapa,. ¿y a donde voy? Hay dos Honduras. Dije: “Mira, aquí tengo Honduras Centro América y Honduras Británica, ¿a donde me voy? Pues yo pregunte, América central.

Llegue aquí a Toncontin, estamos hablando en el año cincuenta y ocho. Muchos años atrás. Fui ordenado en el año cincuenta y siete y llegue a Honduras en el año cincuenta y ocho. Lo que hace 49 años de vida misionera aquí en Honduras y cincuenta de vida sacerdotal. Doy gracias a Dios.

Cuando llegué al país lo único que yo sabia decir era ‘Buenos Días’, nada más, y la impresión al ver Toncontín, Toncontín no tan desarrollado como hoy. Entonces, al bajar del avión estaba observando todo, como joven y muy curioso. “Ay Dios mío”, dije en mi corazón, “¿a donde estoy? ¿A donde estoy? Y por que me has traído aquí”. Bueno, pero Dios da su gracia, lo que es muy bueno. Naturalmente, como misionero, yo sabia que no iba a encontrar la cosa muy fácil. Es una vida de batalla, de lucha.

Por fin, hemos venido. Después de Toncontin vino a saludarnos el Arzobispo de Tegucigalpa, Monseñor Turcios Barahona. Este hombre me ha impresionado. El me llamaba chico y me decía: “Chico, vámonos”. Con él aprendí a montar a caballo. El era un jinete excelente. Y me hablaba de las costumbres. Fue un profesor para mí. Y muy simpático, muy simpático.

Empecé en Choluteca. De Choluteca me mandaron, después de unos meses, a Pespire para ayudar al padre Benito que andaba solo. Para uno, andar solo es difícil, pero dos podemos reír y hablar. Así, empecé con Monseñor Turcios por las montañas. Viajes largos, largos. Yo me decía durante el camino: “Señor Jesús, yo no sabia que un día iba a venir por acá”.

Pasaron los años, años de trabajo misionero en las aldeas, con la gente. En una aldea, me acuerdo que había más de cien bautismos y yo estaba solo. Tuve que tomar el campo de fútbol. Después, hay gente que te pide ir a visitar un enfermo, y dicen: “Aquí no mas”, pero aquí no mas son dos o tres horas mas lejos, y tu tienes que regresar. Cuando alguien me decía eso, yo decía: “Dios mío, eso son por lo menos dos horas mas”. Sí, uno termina cansado. Además, vienen grandes tormentas, la lluvia, el lodo. Dos o tres veces he caído del caballo. El caballo cayó en el lodo y yo encima. Toda clase de aventuras.

Yo daba Catequesis a los campesinos. Me acuerdo de un chico de sexto grado que me decía: “Pero padrecito, ellos no saben leer”. “Ay Dios mío”, he dicho. Entonces, tuve que buscarme un dibujante. Después, en España, me compré grandes láminas de colores para llevarlas a caballo para explicar a los campesinos. Por la noche yo hacia una fogata y sentaba a la gente alrededor para darles la catequesis. A la gente eso le gustaba mucho.

Uno está dispuesto a sufrir en su trabajo. Por ejemplo, tres, cuatro horas, una vez monté a caballo hasta siete horas, en tiempo de lluvia. Eso jamás lo voy a olvidar. Era larguísimo. Paramos varias veces en el camino debido a la tormenta. El caballo tenía dificultad. En lugares tuve que bajar del caballo y caminar para ayudarle por que se deslizaba. Fue un viaje súper cansado. En otra ocasión, cuando cayó una gran tormenta, los ríos crecieron, y un campesino me dijo: “Padre, tenemos que pasar hoy. Si no, va a ser en tres meses”. “Ay”, he dicho, “Dios mío, ¿Cómo hacemos?”. El campesino dijo: “Mire Padre, usted se quita su ropa y la pone en su bolsa”. Luego dijo: “Tiene que agarrarse de la cola del caballo. El caballo lo va a tirar”. Eso fue para mí toda una aventura. Una aventura que el caballo me cruzara. Tenia miedo y me preguntaba, “¿y si el caballo me da una patada?” Pero el campesino venia conmigo a la par con otro caballo y me decía: “No, Padre, no tenga miedo, vámonos”. Pero la corriente era fuerte. Yo me asuste, claro, estaba atrás, agarrado de la cola del caballo. He dicho: “Señor, ojalá que jamás vaya a repetir esto.” Pero pasamos. Son aventuras. Después, uno se da cuenta que uno esta dispuesto a hacer cualquier cosa por el trabajo misionero. Yo estaba contento de esto.

Después, me mandaron de Pespire a San Marcos de Colon. De San Marcos de Colon fui a trabajar a El Corpus. Después me mandaron a la parroquia, de Goascoran. En Goascoran yo estaba contento. Miraba al pueblo un poco atrasado. No había alcaldes allí para mover las cosas. Cuando llegue no había agua y pregunte al señor responsable: “¿Por que la bombita no funciona?” Me contesto: “No, padre, es que hay que comprar un pieza y el Alcalde dice que no hay pisto”. Pues dije: “¿Y cuánto vale esta pieza”. Él dijo que valía tanto. “Si, hombre, le doy el pisto. Vaya y tome el bus. Le doy el pisto del bus y vaya a Tegucigalpa a comprar la pieza y póngala para que haya agua”. El hombre lo hizo. Cuando regresó el Alcalde preguntó: “¿Cómo es que hay agua aquí?” Entonces el hombre explico todo. “¿Cómo que el Padre, por qué se mete?” Estaba enojado en lugar de darme las gracias. Estaba enojado por que habíamos puesto el agua. Bueno, no importa. Él se enoja.

Los niños y niñas después de sexto grado no sabían a donde ir. Entonces, formamos un colegio. Fue difícil, difícil, por que yo no tenia apoyo ni del ministerio. Otros políticos me decían que yo hacia política y eso era prohibido, yo no tenia que meterme en eso. Me amenazaron con expulsarme del país por el asunto de formar un colegio. Imagínate la dificultad. Hemos formado uno en Langue y después otro en Alianza, Aramecina. Todos por la zona del sur.

En 1969 fue víctima de la famosa y mal llamada guerra del Fútbol entre Honduras y El Salvador.

Eso fue doloroso. Había que evacuar el pueblo sobre todo las mujeres, solas y con sus bebés. Hubo mujeres que salieron corriendo y olvidaron a sus bebes que estaban durmiendo en hamacas. Entonces nosotros, con los acólitos, los jóvenes, hemos pasado casa por casa, para verificar si había gente, enfermos, o bebes. Hemos encontrado bebes que estaban en las hamacas. Ha veces la mama se iba con tres o cuatros hijos. Había una desesperación por el pueblo.

El pánico había invadido, y el ruido de la ametralladora calibre .50 que teníamos atrás, en la montaña del lado de El Salvador. Era complicado. El ruido molestaba, del otro lado el cañón del Amatillo. Era la guerra, algo triste.

Había que evacuar todo el pueblo. Yo tenía mi pick up, los demás carros se habían ido. Yo me quedé con mi pick up para evacuar a las mujeres. Hice tres viajes con mujeres y bebes. La tercera vez fue último viaje por que ya fue imposible por la potencia del fuego. Yo fui a esconder mi carro a una montaña. Ellos lo encontraron después y lo ametrallaron. Ellos entraron en la casa cural y mataron mis perros por que eran bravísimos.

Con la ayuda de Dios había que reconstruir. Fui a Alianza, que fue el lugar mas destruido. Alianza, Aceituno, Aramecina, Caridad, Goascoran. Hemos trabajado durante más de un año. Si, un año por lo menos, para la reconstrucción de la organización familiar, reparación de las escuelas y colegios, para poner todo en marcha. Bueno, todo se ha hecho. Naturalmente, fue duro.

Uno trabaja, viene ha hacer el esfuerzo, y otro viene a destruir. Duele, pero no importa. Cuando sucedió esto nos robaron la ropa, todo. Uno se quedó con lo que tenia puesto, y nada mas. Pero, todas las cosas materiales se pueden recuperar. Luego, llegamos al sesenta y nueve, el año setenta la reconstrucción.

En el año setenta y uno fui a estudiar a Quito en Ecuador un tiempo la pastoral. Eso era del CELAM. Fui con el Padre Benito de Pespire.

Yo entendí que siempre hay que pasar por un desierto, como Cristo Jesús, porque tenemos una misión difícil. Uno toma conciencia de que somos pobres seres humanos, que somos realmente limitados y que nacemos pecadores.

Nuestra vida es una vida de batalla entre el bien y el mal. Tenemos altos y tenemos bajos, y todos, como seres humanos, tenemos que estar con Cristo y Señor. “Tú sabes la misión que tengo es difícil y sin ti estoy perdido”, esto a menudo le decía al Señor. “Acuérdate de lo que tu nos has dicho: ‘Sin mi nada puedes hacer’”.

“Y ayúdame Señor a conocer mis límites”. Yo siempre buscaba superarme, a estudiar. No tanto para salir como un fanfarrón. No se trata de eso. Yo estaba conciente que siempre me faltaba algo. Tenia que estudiar, estudiar para perfeccionarme y para cometer menos errores. Por que mientras uno esta más preparado, tiene una vida espiritual mas sólida, y Dios mío, uno puede salir mejor.

La batalla entre los partidos políticos hasta matarse, me parecía tan ridícula. Iba contra el mensaje de Dios. A veces yo les decía: “Por favor cálmense, sean azules, sean rojos, ustedes son de Dios”. “Si Padre, somos de Dios” decían. “Entonces cálmense, cálmense, vamos a rezar juntos. Vamos a trabajar juntos por el desarrollo, pero todos juntos. Nada de partido”.

Somos tan limitados los seres humanos, tan imperfectos. Por esto, tenemos una vida con altos y bajos. Altos y bajos. Pero siempre uno entiende que sin Cristo nada se puede hacer. Uno lo descubre más que nunca. “Señor ayúdame, por que sin ti estoy perdido”. Es necesario trabajar siempre, toda nuestra vida en nuestra conversión. Una conversión continua. Pero nunca llegamos a una conversión completa. Toda la vida hay que trabajar esta conversión. Naturalmente, cuando uno habla de esto con el Señor en nuestro corazón uno siente la vergüenza, la vergüenza de haberlo ofendido, de no haber hecho bien las cosas, de las equivocaciones. Uno siente vergüenza de todas estas cosas. Entonces me metí de lleno a estudiar aun mas, a rezar. Necesitaba las dos cosas. Siempre con el fin de servir. No para aparentar que uno sabe más que los demás. No, no.

En aquel tiempo, Monseñor Santos me dijo: “Yo lo quiero en la Catedral”. Yo le dije: “Monseñor, soy misionero, ¿que voy a hacer en la Catedral? Yo he venido por las aldeas y los barrios pobres”. Eso fue como en el setenta y uno o setenta y dos, al principio del setenta y tres talvez o al final del setenta y dos, más o menos. Entonces vine a la Catedral.

Yo me pregunte: “Dios mío y ahora, paso de las aldeas a la Catedral después de tantos años”. Y dije, “Es otra cosa.” Bueno, pero yo le pregunté en privado: “Monseñor Santos, usted sabe que soy misionero, ¿por qué me trajo a la Catedral?”, y el me dijo con una sonrisa: “Tenga fe, un día usted lo va a descubrir”. Bueno, poco a poco descubrí un montón.

Después empecé una Escuela de Fe. En el barrio estaba la iglesia San Cayetano. Al principio yo alquilaba allí una casa, pero después poco a poco empecé a construir una casa cural y un salón parroquial. Y se vino un derrumbe. “Ay hombre”, dije, “No solamente la guerra en el sur, ahora aquí me vienes con un derrumbe”. “Ay”, dije, “Señor, ¿qué te pasa? Todas las cosas malas se me vienen sobre la cabeza”. Hay momentos de decepción que uno pasa. Y dije, “Ay Señor, un derrumbe, mira como estoy”. Perdí la mitad de la iglesia”. Estaba decepcionado, realmente decepcionado. Bueno, a reparar todo eso. Esto es parte de la vida misionera, con altos y bajos, altos y bajos. Pobres seres humanos. Pero siempre, yo descubría que cuando uno no esta cerca de Cristo las cosas van mal. Las cosas van mal. Hay que estar con Cristo. Cuando uno piensa demasiado, a lo humano, fracasamos. Fracasamos.

Si Cristo no fuera el centro de mi vida, si no fuera el Señor de mi vida, yo iría al fracaso total. Necesito, absolutamente, estar cerca de Cristo Jesús. Es él quien me ayuda a luchar contra el mal por que uno va a caer, pero con él uno se levanta, va a caer, pero se levanta. Yo reflexionaba tantas veces en Cristo en el Vía Crucis. Caía, pero se levantaba, cayo otra vez, y se levantó, continuaba cargando su cruz. Pues, yo entendí, que nosotros también tenemos que levantarnos. Por medio de una buena conversión ir adelante. Mejorar la vida espiritual, profundizarla, y ayudar a la gente a crecer juntos. Vivir la fe juntos, como pueblo de Dios. A pesar de las cosas que he hecho mal, yo decía: “Señor ayúdame a levantarme, a no repetir esas cosas malas. Ayúdame, envíame el Espíritu Santo, con tu doctrina para transformarme”.

Estaba emocionado, Yo estaba, muy, muy emocionado de esta primera eucaristía por que francamente, he tenido al Señor allí sobre el altar, por que he venido de pronunciar las palabras de Cristo Jesús y por que la iglesia me ha dado el poder. Yo estaba emocionado y yo me consideraba indigno de hacerlo. Yo me decía: “Señor, yo no se por que tu me has llamado, tu sabes que soy un pobre pecador. ¿Y por que no buscaste a otro más inteligente que yo? Mucho mejor que yo”, ¿por qué? ¿Por qué? y ¿por qué? Pero nunca recibí una respuesta, por que él no da respuestas. Cristo solamente dice: “Cállate y trabaja”.

La primera Eucaristía fue para mi muy emocionante. Toda mi familia estaba allí. Todos. Impresionados. Pero no es que yo me creía superior a los demás. Nada de eso, pero emocionado si, Yo me decía: “Señor, soy pecador, ¿por qué me has llamado?”. Esa fue una gran preocupación para mí. Y le decía: “Perdóname, Señor, si me equivoco, tú sabes, soy un joven, y me falta mucho que aprender”.

Descubrí que mientras más crecemos en la vida espiritual, es indispensable tener una vida mas intima con Cristo. Por que con mis estudios bíblicos yo vi como Cristo, el mismo, tenia esta vida intima con su padre.

Para muchos la obediencia, el celibato y la pobreza son como cargas que se le imponen a quien se ha consagrado. Hay quienes lo consideran una locura que ha quedado fuera de contexto debido a los tiempos en los que vivimos donde impera el hedonismo y el consumismo frenético. El Padre Mario es un gran referente de que en la práctica es todo lo contrario. Así lo vive.

Es una batalla grande, hay que reconocerlo con toda humildad. Hay altos y hay bajos en estas cosas también. Hasta que llegamos a un punto que uno crece en la vida espiritual y entiende mejor las cosas. Por que cuando uno esta joven todo lo miramos de otro modo, como un paquete. Pero no, uno no sabe todo lo que hay de batalla en eso. No es así. Tu, mira el mundo, como vive, todo lo que tiene. Pero cuando uno mas se entrega a Cristo Jesús uno entiende mejor. Cuando uno estudia como ha vivido Cristo, y se hace la pregunta, ¿por qué Cristo no se casó? Él que ha amado tanto, y él que fue el gran defensor de las mujeres y ¿por qué no se casó? Eso es lo que yo estudiaba con los jóvenes para comprender eso, y para vivir esta vida intima con Dios.

Cristo, ha vivido con su Padre una vida íntima, y nosotros también, necesitamos una vida íntima con Jesús. Sin eso fracasamos. El mismo lo dice: “Té estas conmigo o tu estas contra mi”. Entonces, toma tu decisión, decídete. Cuando uno ha dicho sí a Cristo, ya no hay paso atrás. Uno puede caer, pero tiene que levantarse. Tiene que levantarse. Cristo decía. Mientras más uno ama a Cristo y cae, más llora. Mientras mas llora mas hay que pedir perdón al Señor, y se levanta, y dice Señor: “Contigo voy adelante. Puedo caer otra vez, pero Señor, contigo voy adelante”.

La vida es una gran batalla entre el bien y el mal. Todos los seres humanos lo sabemos. Por eso hay que comprendernos los unos a los otros. En lugar de acusarnos y destruirnos, ayudarnos. Es lo mejor.

Mira, la Pastoral Juvenil. Monseñor Santos me había pedido eso. Me gustó realmente eso por que me ayudó bastante. Los jóvenes fueron como profesores para mí. Yo aprendí muchas cosas con los jóvenes. Eso es una buena cosa. En todas las parroquias yo tenía un equipo de jóvenes adultos que me ayudaban. Yo nunca trabajé solo en eso por que es tan delicado. Hay que conocer bien el ambiente, las familias, la parroquia. Yo tenía bastantes jóvenes, adultos que me ayudaban, gracias a Dios. Y cada semana teníamos reuniones, yo pasaba a visitar las parroquias. Fueron como diez años. Durante esos diez años varios se entregaron, las muchachas a conventos, otros franciscanos, y a otras diócesis. Me gusto francamente, me ha dado un gran trabajo por que yo tenía que estudiar mucho.

Danilo Aceituno y el P. Mario de Celles

Yo había comprado una serie de libros de los padres salesianos. Pedí eso directamente de España sobre todo para la pastoral juvenil, para que tomen este sistema. Me gustó mucho. Aprendí bastante con la pastoral de esta edad. También, recuerdo cuando fui a la Kennedy. En aquel tiempo estaba el padre que hoy es obispo, Monseñor Darwin. Allí lo conocí. Era un joven sacerdote.

La muerte nos acerca a Cristo. Entiende, morir es una ganancia. Morir, es pasar de la vida terrestre para entrar en la vida eterna. La vida no se pierde, la vida se transforma. Vamos por lo mejor. Entonces, yo me voy. Señor que sea tu Santa Voluntad. Cuando me voy con mi carro, Señor que sea tu Santa Voluntad. Si tú quieres ven a buscarme. Ahora se que hay que mantenerse siempre en gracia de Dios. Orar, y como yo te decía, algo que quiero repetir: “Mientras más edad tiene, mas crece en su unión con Cristo”. Uno entiende lo que decía San Pablo, que todo lo consideró secundario. Pero yo quiero quedarme con Cristo. Para mí, lo importante es tener una intimidad con Cristo Jesús. Eso es lo que me importa.

Aquí he comido cualquier cosa menos mondongo. Como no, solamente al verlo se me viene el corazón a la boca. Con el asunto de la comida, yo como cualquier cosa buena, pero eso no.

Para nosotros, él es una gracia de Dios. La primera vez que yo conocí al cardenal, Monseñor Santos le había invitado. Estábamos en Suyapa y el había sido invitado para darnos una charla. Era sacerdote, venia de El Salvador o Guatemala. Cuando lo escuche hablar me gustó, por su forma de hablar, su claridad de explicar las cosas. Después le pregunté a Monseñor Santos: “Pero, ¿este joven sacerdote es salesiano?, dijo “Si, es salesiano y esta aquí para ayudarnos”. Me impresionó. Después, cuando fue nombrado y vino a trabajar yo me contenté. Estaba muy feliz.

En aquel tiempo, yo iba a comer al Arzobispado. Cuando Monseñor Santos me dijo: “Venga a comer aquí con nosotros”. Yo tenía más de un año alquilando una casa y tenia que comer en otra casa. Monseñor Santos me dijo: “No, venga a comer aquí con nosotros”. Me gustaba, un sacerdote más en la familia. Luego, Monseñor Rodríguez fue nombrado el auxiliar y allí lo conocí mejor, allí en el arzobispado. Estaba contento de ver que este es un hombre de gran valor, con buenos talentos. Ayuda mucho, es un hombre que lo que hace lo hace con amor. Con cariño.

Cuando Monseñor Santos tuvo que renunciar por la edad él fue nombrado el Arzobispo, después fue presidente del CELAM. Yo estaba seguro que el Papa lo iba a nombrar cardenal. Además de todos sus talentos, su capacidad. Y así fue nombrado cardenal, y doy gracias a Dios que tenemos a este hombre con nosotros aquí, que tiene una fama internacional.

Es contundente, claro, y enfático para aconsejar a sus hermanos en el presbiterado.

Primero, se necesita la sensibilidad. Se necesita tener el espíritu de pobreza como Jesús. De no buscar el lujo. De no perder tiempo en cosas inútiles. Amar el estudio. Ahorrar un poco de dinero para comprarse libros, para aprender y así, evitar cometer muchos errores en la vida. Mientras más uno sabe, mas puede luchar. También, nos sirve para saber escoger las amistades, en el pueblo, en la parroquia. Hay que tener cuidado por que hay personas que no tienen mucha conciencia. Hay que tener una vida espiritual. Empezar desde hoy a tener una vida de intimidad con Cristo Jesus.

La Virgen Maria en mi casa. Desde chiquito teníamos en la casa un cuadro de la Virgen Maria y un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús. Cada noche nosotros hacíamos nuestra oración en familia. Los siete hijos, papa y mama, nueve en total. Cada noche después de la cena. Nadie podía salir antes de la oración. Solo después de la oración es que uno podía salir. Duraba unos 10 minutos. Por eso, teníamos una gran devoción a la Virgen Maria. También rezábamos el rosario en familia. Toda mi vida he continuado a hablar con la Virgen Maria, que es mi Mama. Yo hablo con ella como yo hablaba con mi Mama. Maria es mi mama, es la mama de Jesús, y le digo: “Mira, como tu has protegido mucho a Jesús cuando era chiquito, haz lo mismo conmigo, ayúdame. Lo que tu has hecho con Jesús, hazlo conmigo también”. La Virgen juega un papel muy grande en mi vida. Hoy todavía, siempre estoy hablándole, y le digo: “Maria, Maria, ayúdame a luchar, ayúdame a luchar. Tu que eres la Purísima, la Purísima.”

Lastimosamente hoy en día hay familias que tienen pavor al saber que unos de sus hijos puede ser llamado para el sacerdocio.

Yo me pregunto, ¿por qué? ¿Por qué? Por que es una gracia de Dios. Los Papas, naturalmente, se oponen a veces, por que toman a los hijos como el banco de mañana. Si es profesional, va a tener mucho dinero, nos va a dar pisto. Y si es un cura, bueno los curas no tenemos mucho dinero. Entonces, vamos a sufrir. Es un error pensar así. Yo te digo que si los papas aceptan con amor que Dios tome a uno de sus hijos a su servicio, no le va a faltar nada en la vejez. Cuando Cristo dijo a San Pedro, “Sígueme”, el dejo su esposa, y en la Biblia nunca dice que murió de hambre la esposa. Es igual con los demás apóstoles casados. Ninguno murió. Entonces, va a suceder lo mismo. Ahora, es un error, una falta de fe y un poco egoísta. El egoísmo. Hay que aprender, los papas tienen que aprender. Que los hijos son prestados no son regalados. Y Cristo tiene derecho a tomarlos.

Yo nunca me acostumbre a ver tantos pobres. Sobre todo cuando vengo a La Catedral por la mañana. De ver esos niños que duermen en una caja de cartón. Eso me duele. Es como un puñal en el corazón. Otros jóvenes que van a drogarse con Resistol, eso tampoco. Todas esas cosas me hacen sufrir mucho. Aquí en la Catedral tenemos la Libra del Amor. Y digo a la gente: “No vamos a quitar la pobreza de todos pero vamos a salvar una vida por que si uno no tiene nada se muere”. No doy una bolsa así no mas, dar por dar. Uno puede dar a esta gente, pero hay que ver la situación. Es algo doloroso. La mayoría no sabe leer ni escribir. Fueron abandonados de chiquitos. Son aventuras tristes las que han tenido. Yo creo que el gobierno tiene que luchar por esas viudas. Hacer algo por ayudar a los pobres. Necesitan darles trabajo. Forzosamente, necesitan una casita digna como seres humanos, por que en la pobreza extrema se desarrolla el vicio. Uno se decepciona. Esa es una misión que le toca al gobierno. Nosotros debemos ayudar pero nunca vamos a solucionar este problema. Nunca, por que tampoco es la misión de la iglesia tener un programa así. Eso es deber del estado. Misión del estado. Pero sí tenemos que ir a ayudar al hermano que nos necesita. Ayudarle, por lo menos una ayuda inmediata.

Me gusta estar aquí. Yo he dado mi vida aquí. Toda mi vida ha sido aquí. Yo pido una gracia a Dios, de morir en Honduras. Es lo que yo quiero morir aquí en Honduras. Estar enterrado aquí. Por que he dado mi vida para Honduras y eso me parece que es amor. Es amor, si uno lo piensa bien. Es amor.

Para todos mis hermanos que yo quiero mucho. La bendición de Dios, Padre, Hijo, y el Espíritu Santo descienda sobre cada uno de ustedes. Amen.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí