Somos libres en la medida que servimos nos recuerda el Papa en su audiencia general

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El Papa Francisco dedicó la catequesis de este miércoles para hablar sobre la libertad de la fe, teniendo como contexto la Carta a los Gálatas que se escucha estos días en la liturgia. Providencialmente al iniciar su disertación, un niño con discapacidad, rompió el protocolo para acercarse al Papa y pedirle el solideo.

Tras este momento de ternura, el Pontífice recordó lo que Jesús decía sobre la espontaneidad y la libertad de los niños, cuando este niño ha tenido la libertad de acercarse y moverse como si estuviera en su casa… Y Jesús nos dice: “También vosotros, si no hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos”. El Papa dijo que “La valentía de acercarse al Señor, de estar abiertos al Señor, de no tener miedo del Señor: yo doy las gracias a este niño por la lección que nos ha dado a todos nosotros. Y que el Señor lo ayude en su limitación, en su crecimiento porque ha dado este testimonio que le ha venido del corazón. Los niños no tienen un traductor automático del corazón a la vida: el corazón va adelante”.

Al hablar de esta libertad de fe, citó al apóstol Pablo, con su Carta a los Gálatas, y detalló que “la libertad está lejos de ser «un pretexto para la carne» (Gal 5,13): la libertad no es un vivir libertino, según la carne o según el instinto, los deseos individuales y los propios impulsos egoístas; al contrario, la libertad de Jesús nos conduce a estar —escribe el apóstol— «al servicio los unos de los otros» (ibid.). ¿Pero esto es esclavitud? Pues sí, la libertad en Cristo tiene alguna “esclavitud”, alguna dimensión que nos lleva al servicio, a vivir para los otros.

La verdadera libertad, en otras palabras, se expresa plenamente en la caridad. Una vez más nos encontramos delante de la paradoja del Evangelio: somos libres en el servir, no en el hacer lo que queremos. Somos libres en el servir, y ahí viene la libertad; nos encontramos plenamente en la medida en que nos donamos. Nos encontramos plenamente a nosotros en la medida en que nos donamos, tenemos la valentía de donarnos; poseemos la vida si la perdemos (cfr. Mc 8,35). Esto es Evangelio puro”.

Para entender todo esto, Francisco resalta que “No hay libertad sin amor. La libertad egoísta del hacer lo que quiero no es libertad, porque vuelve sobre sí misma, no es fecunda. Es el amor de Cristo que nos ha liberado y también es el amor que nos libera de la peor esclavitud, la del nuestro yo; por eso la libertad crece con el amor.

Pero atención: no con el amor intimístico, con el amor de telenovela, no con la pasión que busca simplemente lo que nos apetece y nos gusta, sino con el amor que vemos en Cristo, la caridad: este es el amor verdaderamente libre y liberador. Es el amor que brilla en el servicio gratuito, modelado sobre el de Jesús, que lava los pies a sus discípulos y dice: «Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,15). Servir los unos a los otros!.

El Vicario de Cristo, cita al “Apóstol de las Gentes” para recordar que la libertad no es “hacer lo que me apetece y me gusta. Este tipo de libertad, sin un fin y sin referencias, sería una libertad vacía, una libertad de circo: no funciona. Y de hecho deja el vacío dentro: cuántas veces, después de haber seguido solo el instinto, nos damos cuenta de quedar con un gran vacío dentro y haber usado mal el tesoro de nuestra libertad, la belleza de poder elegir el verdadero bien para nosotros y para los otros. Solo esta libertad es plena, concreta, y nos inserta en la vida real de cada día. La verdadera libertad nos libera siempre, sin embargo cuando buscamos esa libertad de “lo que me gusta y no me gusta”, al final permanecemos vacíos”.

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