Reflexión | Silencios Cómplices

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Permítanme sumarme también a la inmensa preocupación y consternación, que debe estar significando para las personas de bien, los testimonios vertidos en el juicio en contra del expresidente de la República en Nueva York. No se trata aquí, en este espacio, de pretender hacer juicios de valor respecto a la credibilidad o no de aquellos que han intervenido en estas últimas dos semanas.

Tampoco es de mi competencia, ponerme a favor o en contra de los procedimientos que se desarrollan en un juicio en un país que no es el nuestro. Bueno, tampoco lo debe ser aquí, porque si respetamos la independencia de los poderes del Estado y confiamos en el ejercicio de los jueces, entonces tampoco debería de correspondernos llamar a esto justo o injusto, legal o ilegal. Sin embargo, todos sabemos bien que en una inmensa medida, esto es pura ilusión. Volviendo a los testimonios de los que nos hemos enterado en estos días, lo único que se me viene a la mente, es la abrumadora necesidad que tenemos como país, como sociedad de entrar en un legítimo proceso de conversión.

Repito, no pretendo hacer juicios de valor para creer o no lo que dicen estos señores, criminales confesos y que no en balde se encuentran en donde se encuentran. Sin embargo, los muertos están ahí. La guerra interna que se desarrolla entre las diferentes facciones del crimen organizado que luchan por hacerse con el control de un territorio, como si fuese su propiedad privada, su potrero, es infinitamente doloroso.

Más allá de lamentarnos, todo esto es un reclamo que sube hasta el Cielo. En estas últimas semanas, después de mi intervención frente a los medios de comunicación, ante la pregunta que se me hizo sobre la opinión que tenía de lo que estaba ocurriendo respecto del juicio que, en ese momento iba a comenzar, en contra del expresidente, me atreví a señalar que realmente íbamos a ser todos los juzgados porque la imagen de nuestro país iba a quedar por los suelos. Eso es, evidentemente, lo que ha pasado.

Después de iniciado el juicio y después de escuchados los testimonios de algunos de sus actores, debemos sentirnos profundamente avergonzados de la clase política, en general y de la inmensa indiferencia en la que hemos vivido, permitiendo que lo que es de todos conocido, de esos secretos a voces, nos hayan robado la paz y hayan comprometido nuestro futuro. La conversión, es ciertamente algo personal pero sus repercusiones son netamente comunitarias. Así que no puede haber cambios en nadie y en nada, si no estamos dispuestos a dejar esas actitudes irresponsables y cobardes que han dejado la puerta abierta para que estos pésimos conciudadanos hayan hecho de las suyas. Honduras necesita cambiar.

Necesita conversión. Los políticos, los empresarios, los ciudadanos de a pie, necesitamos cambiar. Temo que “la punta del iceberg” de la que hablé hace unas semanas, nos hunda si no estamos dispuestos a remar en la misma dirección.

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