Una de las dificultades de escribir una columna en un rotativo semanal, como el nuestro, es que la actualidad se pierde. Lo que escribimos lo hacemos sin la inmediatez de lo que se trata aunque con la esperanza que, basados en los principios eternos del evangelio, lo que se opine siga teniendo alguna vigencia y que no se llegue tarde a comentar hechos que o bien no han pasado, lo que hacer más osado el intento, o bien ya ocurrieron y se trataría así, de una opinión a posteriori, legítima claro, pero solo de carácter interpretativo. Me atrevo ahora a escribir sobre un acontecimiento que en el momento que estoy sentado atado a este teclado, no ha ocurrido. Me refiero a la marcha: “Por Nuestros Hijos”.
La manera como se ha convocado y las razones que nos mueven para esta marcha son más que suficientes para que todo el pueblo hubiese participado e hiciese su parecer frente a estos ataques a las instituciones del matrimonio y la familia. No es un tema cualquiera. De hecho, en esta lucha se libra la más encarnizada de las batallas contra el demonio, porque si se destruye la familia, la identidad sexual de cada persona y el valor del matrimonio, lo habremos perdido todo. ¿Atenta el que se marche en contra de la ideología de género a alguna persona de alguno de los colectivos que están detrás de dicha ideología?
Pues no, no atenta porque respeta la dignidad de toda persona y de todas las personas. Atentatorio es lo que sus propugnadores quieren al despreciar el derecho inalienable e insustituible de los padres a educar a sus hijos como primeros transmisores de valores que existen. De hecho, lo que ellos mismos dicen combatir es lo que han propiciado cuando se ha creído que una inclinación particular debía ser presentada como modelo e impuesta como criterio absoluto.
Además, por más que quieran hacerle creer a la gente que esto es un tema en que los “religiosos” no deben meterse, pues tampoco es que sean muy científicos que digamos cuando obvian la simple biología y consideran que una percepción individual es más importante que la verdad de la naturaleza humana.
Con la ideología de género se ha destruido la feminidad y la masculinidad. Ese afán de justificar lo injustificable y pretender imponerlo a rajatabla sin ningún criterio más que el simple gusto o tendencia, es lo que marca esta mentalidad. Por eso, me parece absolutamente indispensable recordarles a todos los que no se cansan de hacerle creer a los incautas que la Iglesia se opone a la formación en la sexualidad de nuestros niños y jóvenes, que muy al contrario, estamos y estaremos siempre dispuestos a educar, en la sana humanidad y sexualidad. Por eso, aquello de “con mis hijos no te metas”, es un grito de guerra y la de este sábado es una batalla que hay que librar con valor y sin excusas.