Reflexión | Lecciones

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Vivir la experiencia de la Pascua nos obliga a todos a tener una mirada de esperanza en que nuestro mundo puede y debe cambiar. No se reduce simplemente a ver cosas positivas en nuestro ambiente político como la derogación de las ZEDE o lo que, a mi juicio, no es motivo de alegría, sino de vergüenza que es la extradición del expresidente Hernández. De hecho, si hay algo que todo esto que vivimos nos demuestra es que seguimos viviendo muchos Viernes Santos, porque hay quien quiere vender por unas monedas al pueblo que ya está de por sí, bastante crucificado. Sigo insistiendo que, para el caso, la situación del expresidente no puede ni debe ser un motivo de satisfacción.

Es el colmo que consideremos un triunfo que se lo hayan llevado cuando es una vergüenza internacional que pasará mucho tiempo para que podamos limpiar el buen nombre que nos merecemos. El punto al que hemos llegado no es algo casual sino muy bien orquestado y que ha tomado un tiempo largo, meticulosamente construido y que ha implicado y salpicado a muchísimas personas.

Estas personas permitieron que la ambición los cegara y que no existiera moral alguna que los detuviese. Se llevaron de encuentro a sus familias, a sus amistades. El dinero que es un medio se volvió un fin sin sentido. El afán de tener y poder nos puede llevar a perderlo todo. «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?» Este es el texto de la Palabra de Dios que debemos meditar prudentemente todos.

La crisis que se ha generado a partir del abuso del poder y de la desmesurada ambición por llegar a tener tanto dinero, nos demuestra qué hablar de Dios y bendecir al pueblo en su nombre cada vez que se terminaba un discurso, no era más que aire caliente que terminará enfriando los corazones de las personas que se atrevieron a utilizar el nombre de Dios de esa manera.

Más allá del estudio sociológico que deberá llevarse a cabo a partir de todo esto que estamos viviendo en las últimas semanas, creo que también es digno de ser estudiado psicológicamente el proceder de tantas personas que prefirieron vender su alma, vender su dignidad y llevarse de encuentro la de su familia al actuar de esa forma.

Las lecciones que debemos sacar todos de lo que hemos estado viviendo, deberían representar una clase especial de la historia reciente de nuestro país en la que se le enseñe claramente a nuestros niños y jóvenes que el que mal anda mal acaba. Este domingo de la Divina Misericordia, segundo domingo de Pascua, elevemos nuestra oración para que Dios tenga compasión de nuestra patria, para que nuestros gobernantes entiendan, de una vez por todas, que son responsables y administradores de los bienes que se les confía y no sus dueños.

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