Reflexión | Corte

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Era evidente que la elección de la Corte Suprema de Justicia no iba a ser un proceso fácil. Ni con todos los mecanismos y pruebas que la Junta Nominadora pudiese plantear se podía evitar que se politizase este proceso. Todos estamos claros que no hay órgano más político en el país que el Congreso Nacional, pero una cosa es la política y otra, muy distinta, los partidismos y las “mandracadas” de los dueños de los partidos. Los dueños de antes y los de ahora, porque siempre hay algunos que se resisten a dejar de meter su cuchara en un espacio que ya no les es propio.

Los que han sido presidentes de los poderes del Estado deberían cumplir una función de veedores, no de instigadores. Y antes de que empiecen a atacarme, porque toda la vida leen de manera parcial, les hago notar que escribí presidentes y no presidente.

El plural aquí es muy importante y no secundario. En esa nómina de los 45 propuestos no me cabe la menor duda que había más de 15 que no estaban ligados histórica- mente a ningún instituto político. Personas que se han dedicado a litigar, a buscar que se aplique la ley y que han tratado de hacerlo de manera ética. Claro, estos no son candidatos para nuestros “honorables padres” de la patria, porque no son garantía de que después no sirvan a las líneas partidarias.

Es realmente preocupante que sigamos con estas maneras de proceder y que estemos teniendo que lamentar, una y otra vez, los acuerdos, consensos o como le quieran llamar pero que a todas luces sabemos que son malabarismos cuyo criterio originante, no está en la Constitución y mucho menos en la búsqueda del Bien Común. Las especulaciones y las reuniones a altas horas de la noche para sondear a los “candidatos”, para revisar bajo el prisma partidario la “idoneidad” de este o aquel, no es precisamente una manera de construir la democracia.

Los magistrados no pueden ni deben ser vistos como una mercancía. La Junta Nominadora cumple el papel de escrutadora y no deberían de haber sido sometidos a un nuevo análisis para casi obligarlos a prometer la defensa ideologizada de ciertas posturas o de ciertos intereses. Seguimos soñando con la independencia de los poderes del Estado. Seguimos soñando con que la ética sea el motor de las decisiones de nuestros congresistas.

Seguimos soñando con que el sentido común y el amor a la Patria esté por encima del “borreguismo” con el que muchas veces se actúa en todo. Saber disentir, saber discutir, saber dialogar, saber escuchar es imprescindible. Las bancadas no pueden seguir siendo propiedad de nadie. Una cosa es que representen una institución política y otra muy distinta es que olviden que por encima de esa misma institución, está el país. Madurez política no significa ceder para seguir en lo mismo, sino ceder por algo mejor.

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