Reflexión | 60 años

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y Arquidiócesis de Tegucigalpa

El Seminario Mayor Nuestra Señora de Suyapa ha alcanzado 60 años de funcionar en el local a donde fue trasladado el antiguo seminario San José allá por 1962. La historia de la formación sacerdotal en nuestra patria ha sufrido muchos altibajos. Momentos de legítimo crecimiento y momentos de crisis muy dolorosas que han definido, en mucho, el por qué en nuestro país el número de sacerdotes siempre ha sido muy bajo.

De hecho, después de la Independencia iniciada en 1821, este es el período en el que un seminario de nuestro país ha subsistido por más tiempo y en el mismo espacio físico. El encuentro que hemos sostenido el miércoles pasado, para la celebración de estos primeros 60 años, ha sido verdaderamente un momento de gracia. Tuvimos tiempo para compartir una vez más con hermanos que por la situación misma de las distancias y por pertenecer a diferentes diócesis no nos habíamos podido encontrar más que a través de la oración.

Créanme que es un motivo de profunda alegría el ver a compañeros que compartimos las aulas de formación y que ahora sirven la palabra y distribuyen el Pan de la Vida a lo largo y ancho de nuestro país. Pero es todavía incluso más satisfactorio, el poder abrazar a los que han sido mis alumnos, a los que he servido con profundo amor desde 1996. El Seminario Mayor no es una institución cualquiera y aunque suene una frase trillada efectivamente es el corazón de nuestra arquidiócesis en particular y de la Iglesia hondureña en general.

Las decisiones de algunos de los señores obispos de construir sus propios seminarios, cosa que por demás es absolutamente legítima, nos ha privado de aquella gracia tan particular que gozaba la Iglesia hondureña de que todos los sacerdotes del país nos conocíamos, porque todos habíamos estudiado en el mismo lugar, todos habíamos superado los mismos exámenes, todos habíamos jugado en las mismas canchas, hecho pastoral en las mismas parroquias y sufrido juntos en la espera de los “informes”.

Escuchando los testimonios de algunos a los que se les concedió la posibilidad de compartir su experiencia como seminaristas, vinieron a mi mente no solo recuerdos propios de aquellos años transcurridos en el seminario como estudiante, sino y sobre todo esa sensación de familia que no la quita nada. Como dijo en su ocasión uno de los que ahora es obispo y exalumno de nuestro seminario: si uno quiere conocer la realidad de Honduras basta con acercarse el día del ingreso de los seminaristas al inicio de un año lectivo para enterarse de la esperanza que, a pesar de tanto dolor, sigue creciendo en nuestro país, en la Iglesia que peregrina en Honduras. Por eso, aprovecho esta columna para sencillamente decirle gracias al Señor, que me concedió la gracia de la Fe y la gracia de vivirla en una Iglesia concreta como la hondureña. Pero más aún, le doy las gracias por haberme hecho sacerdote y profesor en el Seminario Mayor Nuestra Señora de Suyapa.

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