Reflexión | 276

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

El mes de febrero para cada uno de nosotros católicos hondureños y me atreve- ría decir para todo buen hondureño, representa uno de los momentos fundamentales de nuestro año civil y, sobre todo, religioso. A la fiesta de nuestra santa patrona, la Virgen de Suyapa, no es como la han querido llamar algunos de estos que están reviviendo al amparo de los discursos de los que detentan el poder, una fiesta puramente tradicional y sin arraigo.

Sería bueno que en lugar de estar queriendo combinar una ideología que ha probado siempre estar cargada de una visión, sin Dios, de la realidad, aunque le quieran poner como adjetivo a sus ideas lo de democrático, se dieran una vueltecita estos días por el área del santuario de Nuestra Señora de Suyapa para que se dieran cuenta que jamás ninguno de ellos va a tener el arrastre sincero y desinteresado que tiene la pequeña imagen de Nuestra Señora. Hace poco más de 13 años que comencé a escribir esta columna y, recorriendo el material que he utilizado en estos años, me doy cuenta de la insistencia con la que he escrito haciendo ver que si hay un lugar en donde la hondureñidad adquiere su sentido más profundo, es en la Basílica de Suyapa.

Hace 10 años, les comentaba que en Suyapa no había distinción de origen, de partido o de condición social. De hecho, bromeaba que en el único momento que eso se repetía en Honduras era cuando ganaba la selección de fútbol, porque lamentablemente, eso no ocurre con el sólo hecho que juegue. Volviendo a lo anterior, les cuento que más de alguno me criticó, aduciendo que no era tan cierto porque al final siempre había un área para la gente del gobierno y los diplomáticos que los separaba del pueblo pueblo. Claro, eso no es una decisión de la Iglesia sino a las medidas de seguridad con las que se busca proteger a los dignatarios. Cada vez que aparecen perros olfateando por ahí por si acaso quieren ponerle una bomba a alguno de los presidentes del Ejecutivo, se me viene a la mente que definitivamente no andan en campaña porque ahí sí que se dejan abrazar y besar de todo mundo.

Se alcanzan pues los 276 años del bregar de la pequeña imagen entre nosotros. Su rostro y su nombre definen lo mejor de nuestra Honduras. Su rostro, porque, aparte de mestizo, es un rostro de mujer. Lo mejor que tiene nuestra Honduras son sus mujeres. Cuidado que esta declaración no es feminismo, menos aún entendido desde la ideología de género. Es pura aceptación consciente de lo que valen. Su nombre, porque por muy diversificado que esté nuestro universo, este nombre nadie lo relacionará con la aldea dónde la Madre quiso quedarse, pero si con su habitante más distinguida. Suyapa es, y seguirá siendo, el nombre que nos identifica y el rostro que nos describe.

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