Homilía del señor Cardenal para el V Domingo del tiempo Ordinario

“Ustedes son la sal de la tierra, Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 13-161)

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Necesitamos recibir estas palabras como dichas por Jesús a nosotros, en este domingo. El empleo de “Ustedes son” pone de relieve estas dos metáforas del Evangelio de hoy: “Ustedes son la sal de la tierra, Ustedes son la luz del mundo”. “Ustedes son la sal de la tierra”.

La sal era un símbolo de gran importancia en la cultura de Israel, la sal da gusto a los alimentos y preserva de la corrupción. Estamos llamados a ser “sal de la tierra”, porque hay en ella mucha corrupción ¿Qué hacer para tratar de evitarla? Se necesita mucha “sal” en la familia, en las escuelas, en las empresas, en los medios de comunicación, en nuestras relaciones interpersonales, en la cultura dominante, en la economía, en la política y en nuestra Iglesia ¿No tendremos que revisar nuestros comportamientos y hacernos más presentes, como sal, en estos campos? ¿Qué sectores de mi vida necesitan de la sal del Evangelio para que no se estropeen? “Ustedes son la luz del mundo”: La Luz es también un símbolo universal, luz que brilla en las tinieblas e ilumina nuestros caminos. Las tiniebla, en la cultura bíblica, es lo que se opone al “designio de Dios” y que ahoga la aspiración más profunda del ser humano: la aspiración a una vida plena y llena de sentido. La tiniebla también se identifica con la mentira, (tan de moda en esta época de la post-verdad) esta mentira nace de la ambición y de la necesidad exagerada de poder, de reconocimiento y de protagonismo.

¿No estaremos convirtiendo los dioses falsos, en ídolos de luz artificial? ¿Pero que es hoy para nosotros la tiniebla? La tiniebla es la ideología que impone “un orden injusto” creando en el mundo mentira, confusión y falta de sentido. La tiniebla está también en nuestro propio corazón. Estas tinieblas oscurecen nuestra vida y nuestro mundo. En este mundo oscurecido por las tinieblas, Jesús nos invita a ser “luz en este mundo” Nosotros, como cristianos, somos invitados, con nuestra vida y nuestro modo de vivir a ser: “Luz para el mundo”. Ahondando un poco más en el Evangelio de hoy.

¿Qué significan para nosotros hoy las palabras de Jesús “Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo”? Significan que, si nos dejamos configurar con Jesús, seremos luz en medio de las oscuridades de la vida y un pequeño grano de sal que da sabor y gusto a una sociedad insípida. Tal vez, sería bueno preguntarnos: ¿Qué luz de esperanza hemos encendido en el mundo de los desesperanzados con quienes nos hemos encontrado? ¿Qué zonas oscuras de mi persona necesitan ser alumbradas? O ¿Cuáles necesitan ser saladas para no perderse? ¿Dejaré que Él que brille en mí y todo se torne luz de mediodía?

Necesitamos redescubrir la belleza y la fuerza liberadora del Evangelio que puede hacernos saborear todo: la vida y la muerte, la convivencia y la soledad, la alegría y la tristeza, el trabajo y la fiesta. Por eso, las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy que nos urgen a ser la “sal de la tierra y la luz del mundo” y nos obligan a preguntarnos: ¿Somos los creyentes Buena Noticia para alguien? Lo que vivimos en nuestras comunidades, lo que se observa entre nosotros, ¿Es signo y presencia del Reino para la gente de hoy? ¿No padecemos una “anemia” de vida interior? Y en el texto del Evangelio, Jesús termina diciendo: “Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras”.

Es como si Jesús dijera: “Que brillen sus vidas”, no para que los glorifiquen a ustedes, sino para que esta luz transparente a Dios y así se glorifique a Dios. Recordemos lo que para San Irineo de Lyon era glorificar a Dios: “La gloria de Dios es que el hombre viva en plenitud, Y cuando se tiene la valentía de no ocultar nuestros vacíos y pecados, de no usar máscaras, de ser auténticos, y transparentes… brillan las buenas obras y se glorifica al Padre que está en el cielo. Hoy, nos volvemos al Señor para decirle: Cristo, tú eres nuestra verdadera sal y nuestra luz. Ayúdanos a ser como Tú: Sal de la tierra y Luz del mundo. Que la luz que tú nos confías reavive los lugares aprisionados por las tinieblas, que tu Sal dé sabor y sentido a nuestra vida humana.

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