Reflexión | 25

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

El recién pasado 7 de junio, el Señor me concedió la gracia de llegar a mis 25 años como sacerdote. Aunque yo sé que suena a una frase trillada, estoy convencido de que se trata de un don totalmente inmerecido. Volviendo la mirada atrás de estos 25 años tengo que admitir que lo primero que se me viene a la mente es la infinita Misericordia que Dios ha tenido para conmigo, reflejado en todas las personas a las que he podido servir, aconsejar, alimentar en todo sentido y amar.

Por eso, después de mi gratitud para con Dios y su Purísima Madre, mi gratitud se traslada a las personas que ya no están, sobre todo a quienes fueron mis formadores, mis hermanos en el sacerdocio y los amigos con los que seguramente me hubiese encantado poder compartir esta fecha. Si hay algo que después de 25 años tengo bastante claro es que no lo sé todo. Evidentemente no me refiero a un conocimiento intelectual, porque eso sería completamente absurdo.

Me refiero a que la experiencia, si podemos llamarle así, que he adquirido en estos años, solo me lleva a darme cuenta que pastoralmente, o lo que es lo mismo humanamente, todos los días estoy aprendiendo algo nuevo. En estos 25 años he aprendido tantísimo sobre todo de la fe sencilla de la gente, de la manera como enfrentan los dolores, de la forma como viven sus crisis y como ven en todo la mano de Dios. Vienen a mi corazón tantísimas experiencias sobre todo en el sacramento de la reconciliación o en la consejería de la dirección espiritual.

Si me pongo a analizarlo detenidamente, cuando salí del seminario creo que la única de las ocasiones que me ha tocado asumir que soñaba sinceramente con practicar, fue la de profesor del seminario. Siempre creí que parte de mi ser sacerdote se resumía en eso: en formar nuevos sacerdotes, contagiarlos de la alegría de servir a Cristo, amarlo y darlo a conocer. Todo lo demás realmente se fue dando sin que yo tuviera alguna palabra en ese momento y ahora.

La celebración del martes pasado con la presencia tan particularmente hermosa de la mayoría de los obispos de la Conferencia Episcopal que se encontraban en la ciudad con motivo de su Asamblea Ordinaria, de muchos de mis hermanos sacerdotes, de mi familia, excompañeros de colegio, amigos de infancia y feligreses de las parroquias a las que he servido, incluyendo la “Parroquia digital” que se ha formado a lo largo de estos años con los mensajes diarios que comparto en las redes sociales, fue sin duda algo tan especial que quiero dejar constancia a través de esta página, que tampoco soñé nunca con tener que escribirla cada fin de semana, es que este hermano sacerdote suyo con todas sus limitaciones y pecados es más que consciente que “todo es Gracia” y que de nosotros depende que no se vuelva una desgracia. De corazón gracias a todos y oren por sus sacerdotes, por favor

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