El reciente fallecimiento de la reina Isabel II, tras un reinado de casi 70 años en su país, reunió al mundo en reverencia hacia una figura pública cuyo efecto trascendió las fronteras de su territorio. Se trata de una mujer que todo el mundo conoce y que su nombre era y seguirá siendo mencionado en los libros de historia. Tal atención y respeto nos invita a reflexionar nuestra actitud como cristianos, ¿Somos así con nuestra fe?
En definitiva, los británicos nos han dado cátedra sobre el respeto que deberíamos tener hacia personajes de tal magnitud; el protocolo, respeto y reverencia que hemos visto en todos los actos que se han realizado para rendir homenaje a la Soberana nos han dejado admirados, tanto qué debería llevar a preguntarnos a nosotros cómo católicos: ¿Cuánto más deberíamos adorar a Dios?
El peso de la historia y los grandes acontecimientos que hacen magníficas a las figuras de nuestro mundo nos llevan a respetarles y a rendirles homenaje, la muerte de la monarca debe dejarnos como mensaje, que debemos arraigarnos a nuestras creencias, crear un sentido de pertenencia con nuestras tradiciones, amarlas, defenderlas y vivirlas plenamente.
Está bien admirar a personajes famosos como actores, cantantes, deportistas con el cuidado de no caer en la idolatría pero siempre sin olvidar que estas figuras no reemplazan el papel de Dios en nuestras vidas. Seamos fieles adoradores de Dios y defensores de nuestra fe.
