Palabra de vida | “Un hombre tenía una higuera plantada… ¡Córtala!”

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Habiendo hecho estación de parada en el evangelio de las Tentaciones y la Transfiguración en los domingos pasados, llegamos a la tercera semana de la Cuaresma, entrando a través del texto sagrado de hoy a la comprensión del Nombre de Dios (Ex 3). En todo el mundo semítico el nombre es la realidad misma con que una persona indica todo su ser, se inicia una relación y se evidencia la fuerza de ella misma, Dios dice que se llama: “Yo soy el que soy” lo dice de sí mismo, como nombre a Moisés. Él no elige un sustantivo sino un verbo, es decir, es una forma activa y no estática e inerte, como lo es cambio un ídolo. Y, de esta realidad activa Él, nuestro Dios, ha “bajado” para liberar a su pueblo de la opresión de Egipto. Liberación que se verá en acto, cuando hará que ese pueblo pase por en medio de las aguas del mar, pasando así de la esclavitud a la libertad. Pero éste pueblo que ha visto cuanto Dios ha hecho por ellos, dándoles sobre todo el don de la vida en libertad, vivirá en su camino por el desierto la “murmuración”, evocado hoy por san Pablo en la segunda lectura:” murmuración” es el verbo bíblico característico para indicar la incredulidad, el rechazo, la desconfianza, la inconformidad. Por eso ya en la novedad del Nuevo Testamento, la parábola de Jesús recurre al simbolismo de los frutos que no se encuentran en el árbol frondoso de la higuera. En definitiva, quien ha recibido mucho debería estar ya en la capacidad de producir el ciento por ciento, de lo que ha recibido, pero la historia revela, por el contrario, la aridez interior que no se mueve ni siquiera ante la voz y las acciones de Dios. Por eso la sentencia es categórica: ¡Córtala! Jesús una vez más, se dirige hacia el mensaje personal: de la historia hay que sacar una lección de conversión. He aquí la palabra decisiva “convertirse”, en el original griego indica “cambiar de mentalidad”, elecciones, juicios, decisiones (metanoein). Jesús no quiere hoy arrullarnos en el capullo caluroso de una religiosidad sentimental y consoladora, sino que nos lanza a la cara la seriedad del compromiso personal y vital que exige la fe. La historia no es sólo “maestra de la vida”, porque al analizar el pasado ofrece guía para el presente y un pronóstico para el futuro. Dios invitándonos a la conversión sigue manifestando su propósito de que tengamos vida y vida en abundancia a través del itinerario cuaresmal.

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