Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el III domingo de Cuaresma

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La única prisa que hemos de tener es la de volvernos hacia Dios, y dar pronto los buenos frutos de bondad y justicia que Él espera de nosotros. Diríamos que la “urgencia de la conversión” debe ser nuestra prioridad. ¿Qué significa conversión? Conversión es el lugar y la hora en que Dios quiere encontrarse con nosotros. Ante esa oportunidad, tenemos la opción de acudir a la cita o rechazarla, ese es el misterio de la libertad. Y ¿Qué ocurre en ese encuentro? Jesús entra en nosotros y nos saca de nuestro pecado. En su mensaje de Cuaresma, recordemos, el Santo Padre nos pide “caminar juntos en la Esperanza”.

Esto significa ayudarnos unos a otros para avanzar en las sendas de la verdad, la justicia y el perdón, es decir, ayudarnos unos a otros a seguir a Jesús. En este sentido, el labrador de la parábola, que se ofrece a cultivar la higuera para que dé fruto, representa a la Iglesia orante, que intercede por la conversión de los pecadores, y no se cansa de pedir “un año más”, suplicando, “extiende Señor tu misericordia con nosotros”.

En este sentido se enmarca el Año Jubilar, en esa misión de intercesión y llamado a la conversión. En este tiempo de Gracia, dejémonos “cultivar”, es decir, “remover”, a través los medios penitenciales que la Iglesia nos propone: oración, ayuno y limosna. Repasemos la Palabra de Dios de este domingo, arado con el que la Iglesia cultiva nuestros corazones, removiendo malas costumbres y sembrando esperanza.

En el Evangelio, conforme Jesús explica a los que le preguntan, el sentido de aquellos dos trágicos acontecimientos ocurridos en la época no es el de un castigo divino, sino una interpelación a los supervivientes a dejar la vida de pecado y optar por el Señor. La primera lectura del Éxodo es un texto emblemático para toda la humanidad. El Señor le dice a Moisés, “yo soy quién es por sí mismo y quién hace existir todo lo demás”. Pues yo, que soy tan grande, escucho el clamor de mi pueblo, no soy indiferente a la opresión y el sufrimiento. Soy un Dios que preocupado por la suerte de los pobres. Y añade el Señor, “yo te envío” a ti Moisés, no por tus cualidades sino por mi elección, para que vayas en mi nombre. Y aquí el uso adecuado del nombre de Dios.

En su nombre también nosotros somos enviados a instaurar la justicia y liberar a los oprimidos, como expresión y consecuencia de la liberación de la esclavitud del pecado. No solo liberación “de” sino liberación “para”, para dar culto a Dios toda nuestra vida en espíritu y verdad. En la segunda lectura San Pablo advierte a los habitantes de Corinto, rodeados de un ambiente mundano, con el recuerdo de la infidelidad del pueblo de Israel a través del desierto, que murió a causa de sus murmuraciones. Pablo lo interpreta como un escarmiento y un ejemplo del que debemos aprender para no relajarnos en nuestras costumbres y nuestra fe. Antes bien -como decimos-, vivamos con urgencia el llamado a la conversión.

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