La cercanía de la fiesta de Pascua, sitúa a Jesús en un locus theologicus (lugar teológico) de la teología judía por excelencia, ya que todas sus fiestas estaban cargadas de un alto sentido teológico-espiritual importante. El evangelista Juan lo sabe de sobra y por eso pone a Jesús siempre en torno al Templo y a alguna de sus fiestas. Aquí está cerca la fiesta de Pascua, hace “un látigo de cuerdas” colocándose así en el centro solemne de una declaración profética: “¡No hagan de la casa de mi Padre un lugar de mercado!” y expulsa a los vendedores y cambistas.
Se trata de una manera simbólica de la purificación del templo, que Juan coloca al inicio del ministerio público de Jesús, conectando sin duda esta acción a su propia muerte. En la segunda escena aparece la otra gran declaración de Jesús: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré”. Es una declaración provocatoria, ya que 46 años había tardado los trabajos de construcción del mismo. El templo es el centro religioso y político de todo Israel, amenazar su ruina es un atentado contra su santidad y sobre todo contra el que lo habita.
La declaración adquiere su verdadero significado con el comentario de Juan, introducido por el verbo “recordar”: “Cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron” que Jesús “hablaba del templo de su cuerpo”. La resurrección es pues el centro de su mensaje. Es el anuncio de un cuerpo glorioso que rompe los lazos de la muerte y se revela como la sede suprema de la presencia de Dios en medio de la humanidad.
Tan maravilloso texto nos invita a todos no solo a purificar los templos físicos, sino y sobre todo a hacer de la existencia de la Iglesia y de cada uno de los creyentes, un signo luminoso de la Pascua, de ese acontecimiento pleno y definitivo que nos introduce al verdadero templo que es el cuerpo de Jesucristo resucitado de entre los muertos. “Se acercaba la Pascua de los judíos”