En este domingo, Lucas entrecruza la parábola dentro de un debate entre el maestro de la Ley y Jesús. Ante la pregunta del escriba – “¿Quién es mi prójimo?” Jesús responde “¿Quién fue prójimo del que cayó en manos de los ladrones?”. El prójimo para Jesús, según su parábola es el que se pone de parte de quien tiene necesidad. Así se define categóricamente la palabra “prójimo”. En la parábola, no más de cien palabras griegas, se crea una escena para no olvidar. Sin mencionar nombre alguno, Jesús cuenta, que ese anónimo baja de Jerusalén por el camino romano de 27 kilómetros que de la ciudad santa de Jerusalén conduce al oasis de Jericó superando un desnivel de 1,100 metros.
Parece que ese camino ha sido famoso por los innumerables asaltos que continuamente se hacen a través de los siglos, por lo que Jesús sabiendo la fama de ese camino, se refirió a él para su narración. Ante el asaltado que ha quedado medio muerto, aparece la escena de un sacerdote, que seguramente venia de su servicio en el Templo: “Pasó más allá de la otra parte”, igual hizo el levita… el verbo usado antiparelthen, hace alusión a la manera cruel de dar un giro alrededor del herido y seguir su paso, sin la menor compasión y es más con algo de repulsión por arriesgar su pureza legal personal ante la sangre del herido que podría contaminarlos.
Pero el relato no se detiene allí, su cumbre es la aparición en el camino de un samaritano considerado étnicamente y religiosamente despreciable, pero que mostro compasión: venda las heridas, les hecha vino y aceite, lo sube sobre su cabalgadura, lo recomienda al dueño de la pensión, usando Lucas dos veces el verbo “cuidar”, prometiendo pagar a su vuelta dos denarios, el sueldo de unos dos días para un jornalero.
Este sí que se ha hecho prójimo de quien le necesitaba, asumió personalmente su mal, se puso en el lugar suyo y actuó, con un amor de compasión y solidaridad. Con la enseñanza de Jesús de este domingo, comprendemos que movidos por el amor de Dios, podemos hacer del amor algo posible, de la generosidad una actitud continua en relación a los que nos puedan necesitar y de la vida cristiana una perenne manera de ser como Dios llenos de amor y ternura por todos sus fieles en un mundo de desigualdades sociales y dolor por la pobreza y el abandono de muchos.