Con la cercanía de la Pascua, la recurrencia al maravilloso Evangelio de San Juan nos prepara para describir el misterio pascual de Cristo bajo la imagen de tipo “vertical”, es decir: “elevación”, “exaltación”. La cruz del Señor levantada sobre el Gólgota se hunde en la tierra pero tiene su vértice en el cielo.
En este cuarto Evangelio, la cruz levantada es casi el polo de atracción de la fe del creyente y es la fuente de la salvación: “Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). Si el deseo espiritual del israelita religioso era hacer de Jerusalén el lugar hacia el cual confluyeran todos los pueblos, Cristo lo ha logrado.
Delante de su cruz se decide el destino del hombre que debe llegar hasta ella para descubrir de parte de quien está en verdad. De parte del “mundo” que no cree y es ya condenado a las “tinieblas” porque sus obras han sido malas; de parte del “mundo” que cree y está en la “luz” porque sus obras han sido hechas según Dios.
De frente pues a la colina de la crucifixión está también la humanidad en su decisivo momento de optar por la salvación o la condenación. La Cuaresma que nos ha llevado ya al cuarto domingo, nos presenta la cruz en su desnudez, es decir, en su mensaje más radical: “Conviértete y cree en el Evangelio”, lo que escuchamos el Miércoles de Ceniza o en las palabras de San Pablo: “Nosotros (la Iglesia hoy) predicamos a Cristo crucificado, poder y sabiduría de Dios” (1 Co 1, 23-24). En resumen, el Evangelio de hoy nos pide abandonar la “incredulidad” es la hora de “creer” en verdad en el Hijo único de Dios que ha venido a salvarnos. “La cruz de Cristo – escribía san Juan Crisóstomo- es la frontera que ilumina el terreno del bien y descubre las llagas oscuras del mal”. Detengámonos en este domingo un momento delante de la Cruz del Señor y preguntémonos ¿De parte de quién estamos? “Para que todo el que crea…”