El texto evangélico de hoy, nos hace referencia a la condición laboral de Jesús que, según la tradición oriental, venía heredada de padres a hijos. José aunque no es mencionado en el texto, es un carpintero de Nazaret quien introdujo a su hijo a su propio oficio. Siendo una sociedad pre-industrializada los oficios eran de vital importancia para el desarrollo de la vida. Pero, considerando aún así su importancia en la vida de esta sociedad, no quita que existiera la “descalificación” de unos contra otros.
Es el caso que nos ocupa del Evangelio de hoy, donde la superficialidad de los nazarenos aparece claramente, en vez de detenerse en la profundidad de las palabras de Cristo, se quedan en los detalles del vestido, en las murmuraciones de los familiares, en la mezquindad del pueblo. De Cristo su origen humilde, de una familia como todas, su modesto oficio de obrero y la mención de sus “hermanos y hermanas”, es decir, en el lenguaje semítico de su clan, la misma sencillez de María (es la única vez que el evangelio de Marcos cita a la madre de Jesús), una mujer del pueblo, no pueden sino suscitar ironía y favorece el intento de descalificar una vez por todas la figura de Jesús. De allí que el propio Jesús se vea maravillado de su incredulidad.
Es la amarga sorpresa ante el rechazo preconcebido, es la desilusión ante el vacío espiritual de quien busca solo espectáculo, es el desconcierto ante la mezquindad y la perversidad. Qué lejos estaban sus contemporáneos de aceptar como la revelación divina pasa precisamente por la encarnación, el misterio de aquél que “siendo de condición divina no reivindicó su derecho a ser tratado como Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo, pasando por uno de tantos…” (Flp 2, 6). La “cédula de identidad” de Jesús, manifiesta siempre el “escándalo de la encarnación”.
Pablo más tarde manifestará “Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios, más fuerte que los hombres. Dios eligió lo que el mundo tiene por necio para humillar a los sabios; lo débil para humillar a los fuertes; lo vil, lo despreciable, lo que es nada, para anular a los que son algo” (1 Co 1, 27-28).