Palabra de vida |“Amarás a Dios… y Amarás a tu prójimo”

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Mateo, sigue como el domingo pasado con el género literario de la controversia y el deseo de hacer caer a Jesús en alguna trampa, dice que un doctor de la Ley “…para ponerlo a prueba”. Hoy no se trata de sí es lícito pagar el tributo al César, sino ¿Cuál es el mandamiento más grande de la ley? Jesús está en un debate estrecho con los teólogos y con los representantes jerárquicos del judaísmo oficial de entonces (fariseos, saduceos, sacerdotes, doctores de la ley y escribas). Cinco veces se enciende la polémica y el diálogo se acalora hasta volverse incandescente con los durísimos siete “¡Ayes!” del cap. 23.

Hoy leemos la tercera de esas cinco controversias. Las respuestas de Jesús están sacadas lógicamente de la mismo Escritura: “Amarás al Señor, tu Dios” (Dt 6,5) y “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18). Para el jurista y sabio oriental, sabiendo que de la misma Biblia se habían sacado los 613 preceptos para agradar a Dios, era importante discutir la jerarquización de los mismos. La meta de ellos era definir la secuencia exacta, por importancia, de esos preceptos y la discusión se profundizaba en especulaciones cada vez más complejas y exasperadas. En la respuesta de Jesús resuena dos veces el verbo “agapán”, “amar”, cuyo sustantivo es “ágape”, “amor”, que es un término típicamente cristiano. Pero Jesús no le apunta al legalismo de la ley, no apunta a los dos preceptos señalándolos como los únicos con los cuales hay que cumplir para estar en paz con Dios.

Él quiere ofrecer la perspectiva de fondo para vivir toda Ley; no quiere imponer un contenido en particular, aunque noble, sino que sugiere una actitud general constante; indicando que todo gesto y toda respuesta humana y religiosa deben estar impregnados de Dios y de amor para ser válida. Con esta actitud de amor todos los mandamientos, hasta los más pequeños, son importantes porque son expresión de una amor permanente y total, tal y cómo lo quiere Dios mismo que es definido como “Amor”. El ser humano encuentra en el amor su unidad plena, porque comprende y experimenta que al amar está involucrando su “corazón”, es decir, su conciencia más íntima y fuerte, tanto como el alma misma, todo él está tocado por esta fuerza interior y exterior que lo realiza hasta lo más íntimo de su ser.

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