No debemos encerrar a Dios en nuestros esquemas pide el Papa en el Angelus

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El Evangelio de este tercer domingo de Adviento nos habla de Juan Bautista que, mientras está en la cárcel, manda a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). De hecho, a Juan, al oír hablar de las obras de Jesús, le asalta la duda de si realmente es el Mesías o no. De hecho, él pensaba en un Mesías severo que, al llegar, haría justica con poder castigando a los pecadores. Ahora, sin embargo, Jesús tiene palabras y gestos de compasión hacia todos, en el centro de su acción está la misericordia que perdona, por lo que «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva» (v. 5). Nos hace bien detenernos en esta crisis de Juan el Bautista, porque nos puede decir algo importante también a nosotros.

El texto subraya que Juan se encuentra en la cárcel, y esto, además de en el lugar físico, hace pensar en la situación interior que está viviendo: en la cárcel está la oscuridad, falta la posibilidad de ver claro y ver más allá. De hecho, el Bautista ya no logra reconocer Jesús como Mesías esperado. Está asaltado por la duda y envía a los discípulos a verificar: “Id a ver si es el Mesías o no”. Nos maravilla que esto le suceda precisamente a Juan, el cual había bautizado a Jesús en el Jordán y lo había indicado a sus discípulos como el Cordero de Dios (cfr Jn 1,29). Pero esto significa que también el creyente más grande atraviesa el túnel de la duda. Y esto no es un mal, es más, a veces es esencial para el crecimiento espiritual: nos ayuda a entender que Dios es siempre más grande de como lo imaginamos; las obras que realiza son sorprendentes respecto a nuestros cálculos; su acción es diferente, siempre, supera nuestras necesidades y nuestras expectativas; y por eso no debemos dejar nunca de buscarlo y de convertirnos a su verdadero rostro. Un gran teólogo decía que a Dios «es necesario redescubrirlo a etapas… a veces creyendo perderlo» (H. de Lubac, Por los caminos de Dios, Milán 2008, 25). Así hace el Bautista: ante la duda, le busca una vez más, le interroga, “discute” con Él y finalmente le descubre. Juan, definido por Jesús el mayor entre los nacidos de mujer (cfr Mt 11,11), nos enseña a no cerrar a Dios en nuestros esquemas. Este es siempre el peligro, la tentación: hacernos un Dios a nuestra medida, un Dios para usarlo. Y Dios es otra cosa.

Hermanos y hermanas, también nosotros a veces podemos encontrarnos en su situación, en una cárcel interior, incapaces de reconocer la novedad del Señor, que quizá tenemos prisionero de la presunción de saber ya todo sobre Él. Queridos hermanos y hermanas, nunca se sabe todo sobre Dios, ¡nunca! Quizá tenemos en la cabeza un Dios poderoso que hace lo que quiere, en vez del Dios de humilde mansedumbre, el Dios de la misericordia y del amor, que interviene siempre respetando nuestra libertad y nuestras elecciones. Quizá nos surge también a nosotros decirle: “¿Eres realmente Tú, tan humilde, el Dios que viene a salvarnos?”. Y puede sucedernos algo parecido también con los hermanos: tenemos nuestras ideas, nuestros prejuicios y ponemos a los demás -especialmente a quien sentimos diferente de nosotros– etiquetas rígidas. El Adviento, entonces, es un tiempo de inversión de perspectivas, donde dejarnos asombrar por la grandeza de la misericordia de Dios. El asombro: Dios siempre asombra. (Lo hemos visto hace poco, en el programa “A Sua Immagine”, estaban hablando del asombro). Dios siempre es Aquel que suscita en ti el asombro.  Un tiempo -el Adviento- en el que, preparando el pesebre para el Niño Jesús, aprendemos de nuevo quién es nuestro Señor; un tiempo en el que salir de ciertos esquemas, de ciertos prejuicios hacia Dios y los hermanos. El Adviento es un tiempo en el que, en vez de pensar en regalos para nosotros, podemos donar palabras y gestos de consolación a quién está herido, como hizo Jesús con los ciegos, los sordos y los cojos.

La Virgen nos tome de la mano, como madre, nos tome de la mano en estos días de preparación a la Navidad y nos ayude a reconocer en la pequeñez del Niño la grandeza de Dios que viene.

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