El Catecismo nos dice que “La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas, por Él mismo, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (CIC 1822). La caridad es la mismísima “vida que el Padre” nos ha dado en Cristo Jesús, Salvador nuestro. Las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con la santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios, conocido por la fe, esperado y amado por sí mismo (CIC 1840)
Un Mandamiento Nuevo porque para guardarlo exige la condición de estar en comunión con Cristo, salir del pecado y tener la Gracia de Dios: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34). ¿Cómo nos amó el Señor Jesús? Hasta la muerte hasta dar, libre y conscientemente, su vida por todos: “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
Permanezcan en mi Amor” (Jn 15,9). Permanezcan en mis luchas, hagan suyos mis intereses, mis preocupaciones; miren conmigo en la misma dirección: la gloria de mi Padre y la salvación de los hombres. Exigencia que nos pone en el camino del Amor que hizo decir a san Juan: “Todo el que ama ha nacido de Dios; conoce a Dios y permanece en Él. Quien no ama no conoce a Dios porque Dios es Amor” (1Jn 4, 7-8).
La caridad interior (del corazón) nos impulsa a la caridad exterior (la de las buenas obras), no puede ni debe haber contradicción entre las dos. Cuando hacemos “buenas obras” sin amor, no sirve a quien las hace, pero si le quita el hambre a quien las recibe. Lo que se trata es de hacerlo bien, sin egoísmos ni hipocresías.