Homilía del Señor Arzobispo para el VIII domingo del Tiempo Ordinario

“¿Puede un ciego guiar a otro ciego?” (Lc 6, 39-49)

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Esta es la pregunta que Jesús hace a sus discípulos y también a nosotros. A partir de esta imagen del ciego que no puede guiar a otro ciego y del discípulo que no está tan instruido como su maestro, Jesús nos invita a ser conscientes de nuestras propias cegueras y a ser capaces de vivir una autocrítica con nosotros mismos. En definitiva, hace falta que arreglemos primero nuestra vida antes de corregir y criticar a los otros. Esta invitación culmina con el ejemplo de “La viga en el propio ojo y el de la mota en el ojo del hermano”. Con esta metáfora, Jesús nos advierte, que antes de ayudar al otro echemos una mirada sobre nosotros mismos.

Jesús alerta contra el falso maestro (el guía ciego) que no puede mostrar el camino de la salvación a los que no lo conocen (los otros ciegos). Con la imagen de la mota y la viga en nuestro ojo, nos recuerda que solo aquel que es consciente y capaz de asumir sus propias limitaciones y defectos será capaz de tener buena vista para guiar a otros. Jesús nos invita a que nos apliquemos las propias correcciones que queremos aplicar a los demás.

También en nuestra sociedad hay grupos de poder que ponen en marcha medios que falsean la verdad y entonces nos convierten en ciegos guiados por otros ciegos. El filósofo alemán H. Marcuse decía hace años que “El hombre es un montón de alienaciones”. Esta alienación es provocada hoy por las nuevas tecnologías, la cultura de medios de comunicación y el consumismo masivo.

¡Cuántas veces nuestras insatisfacciones, nuestras frustraciones, hacen que miremos hacia la “mota en el ojo del hermano”! Otras veces nuestras propias visiones pesimistas las proyectamos sobre los otros y también nuestras necesidades insatisfechas nos hacen criticar y desprestigiar a los demás… ¿No puede haber algo borroso en nuestra mirada que nos impide ver con claridad?

Jesús dice: “Sácate primero la viga de tu ojo y entonces verás claro”; es una buena advertencia. Tendríamos que ejercitarnos en mirar a los otros con la mirada de Dios, entonces nuestra mirada cambiaría. “No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano”. Nuestra sociedad está realmente dañada por la injusticia, la confrontación, las descalificaciones y la agresividad. ¿No nos fijamos más en los fallos y defectos de los otros que en los propios?

La historia, también la actual, es testigo de muchos supuestos movimientos de liberación que han terminado imponiendo a pueblos y personas una opresión más sutil y feroz que la que criticaban. Quien lleva en su corazón odio y mentira, afán de poder o lucro, jamás podrá liberar a nadie. ¡No se cogen higos de las zarzas, ni se cosecha uvas de los espinos! Cada árbol se conoce por sus frutos. He aquí un toque de atención para nuestra vida personal y comunitaria. Cada uno da lo que es y vive. “Cada árbol se conoce por su fruto”.

Por otra parte, el auténtico cambio interior siempre busca formas para servir a la comunidad, a la sociedad; o sea, para dar frutos buenos, apetecibles y sabrosos. Un árbol no puede ser bueno si es estéril. Un discípulo no puede ser bueno si no da frutos liberadores. El fruto bueno significa el corazón transformado por el amor, la misericordia y la compasión. “El que es bueno, de la bondad que almacena en su corazón saca el bien…”. Para Jesús, lo bueno surge siempre del corazón de una interioridad sana y honesta. Lo mejor está en lo más profundo de nosotros mismos, como decía el filósofo francés Paul Rocoeur, “Necesitamos liberar el fondo de bondad de los seres humanos y de ir a buscarlo allí donde está completamente enterrado”, en el corazón del hombre.

El texto evangélico tiene un hondo sentido psicológico: solo con actitudes buenas que nacen del interior, podemos hacer cosas buenas, solo con actitudes liberadoras podemos dar frutos liberadores. ¿Qué puedo hacer para liberar lo mejor de mi corazón? Nuestra oración hoy podría ser: Señor que podamos ver a los demás con tu misma mirada de amor y dar frutos de vida abundante.

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