Con este gesto Jesús provoca un shock en sus discípulos. Ya saben que lavar los pies en aquella cultura era un trabajo de esclavos. Lo que hace Jesús solo lo hacían los esclavos, la mujer al marido, la prostituta con sus clientes. Por eso, con este gesto Jesús provoca desconcierto en sus discípulos: que el que preside la mesa, el Señor, el Maestro, el Mesías, se ponga a lavar los pies, es incomprensible para los discípulos… ¿Cómo puede ser que el Señor se ponga a lavar los pies? Lo veían inclinado y arrodillado como un esclavo lavando los pies. Jesús se arrodilla ante cada uno de nosotros y desempeña el servicio del esclavo. Sí, imaginamos que Él está arrodillado a nuestros pies. Podemos imaginar también con qué ternura Jesús toca los pies de sus discípulos (los pies representan la base de la persona) y les hace sentir que son valiosos. El Señor toca hoy nuestros pies sucios para hacernos dignos de sentarnos a su mesa. Solo su amor nos limpia. Él es permanentemente el amor arrodillado a nuestros pies.
Necesitamos un lavatorio radical, sí, un lavatorio del corazón. Esto sólo es posible en un encuentro vital con Él. Imagínate, también, a Jesús de rodillas ante ti pidiéndote que le dejes lavarte los pies. ¿Qué sientes? ¿Qué le dices? Pedro se enoja y le dice: “Señor, ¿Tú a mí lavarme los pies?”. “Tú no me lavarás los pies jamás”. Es una negativa rotunda. Pedro no admite la igualdad. Encarna el modo de pensar de la cultura dominante; cree que la desigualdad es legítima y necesaria. Además, Pedro no se deja amar. Todos somos un poco Pedro. Jesús toma mis pies entre sus manos. ¿Me hago consciente de mi suciedad, de todas las zonas contaminadas que hay en mí: sentimientos, pensamientos, acciones…?
No son mis pies lo que Jesús toma entre sus manos sino mi vida entera, tal y como es. Y nos dice con este gesto: yo te amo, déjame ser tu amigo y tu servidor… Yo soy el fundamento de tu vida. Pedro no acepta ver a Jesús arrodillado como un esclavo dispuesto a lavarle los pies. Es como si dijera: “tú eres mi maestro, no mi esclavo” ¿Cómo voy a dejarme lavar los pies por ti? Pedro está nervioso, tenso, no le gusta ver a Jesús como un esclavo. En el fondo, no acepta dejarse amar y menos con un amor gratuito. ¡Cuántas resistencias a dejarnos amar de verdad por Jesús! Como a Pedro también a nosotros nos cuesta mucho acoger su amor, nos cuesta dejar que Él “toque” nuestros pies: ¿Estoy dispuesto a dejarme lavar los pies; es decir, a recibir el amor de Jesús que me purifica radicalmente? ¿Estoy disponible o me resisto? ¿Le dejaré que él toque mis pies? ¿O le diré yo no soy digno de que laves mis pies? Pero Jesús, ante esta resistencia de Pedro, no pierde la calma y mirándole benévolo le dice: “Si no te lavo los pies no tienes parte conmigo”. Es decir, no puedes entrar en comunión conmigo.
¡Cuánto nos cuesta dejarnos amar y aceptar su amor! Al terminar de lavarles los pies, Jesús se levanta y les dice: “¿Han comprendido lo que he hecho con Ustedes? Si Yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también Ustedes deben de lavarse los pies unos a otros”. Jesús reconoce que es el Señor, no porque se imponga a nadie sino porque manifiesta su amor hasta el extremo. El amor verdadero es lo que nos ayuda a ser plenamente nosotros mismos. Jesús nos dice: “Deben lavarse los pies unos a otros”, es decir, ámense unos a otros. No pretendan dominar a los demás, derriben los muros del resentimiento, de la soledad, de la indiferencia. No tengan miedo a ponerse los últimos y servir a los demás. Hoy, Jueves Santo, es el Día del Amor Fraterno, día de Fratelli Tutti. Jesús, en su despedida, dice a los discípulos: “Como el Padre me ha amado así los he amado yo… que se amen unos a otros como yo los he amado”.
La fraternidad es la aspiración más profunda de todos los seres humanos. Por el contrario, la desigualdad y la injusticia en nuestro mundo es una verdadera blasfemia contra el amor de Dios. ¿Cómo aceptar que más de la mitad de nuestro mundo pueda vivir en la pobreza y la miseria? Las desigualdades aumentan. Millones de seres humanos fallecen de hambre mientras unos pocos especulan impunemente con el capital y los mercados. Esta herida en el corazón de la humanidad no cesa de crecer. Mientras tanto la cultura presente acentúa el afán obsesivo por producir y consumir. Cuando la vida humana es despojada del sentido, se buscan ídolos de recambio: el dinero, el poder y la fiebre del consumo.
También, ¡qué frágil es el amor de nuestras relaciones humanas! ¿Cómo superar esas dificultades de relación? Solo hay una manera de superarla: el perdón. Y perdonar no es ignorar sino transformar, y la fuente de este amor está en la Eucaristía, que Él nos dejó, como memorial de su presencia permanente entre nosotros. Este Jueves Santo es para apostar por el amor y la solidaridad. Nuestra colecta de hoy, ojalá lo más generosa posible, irá destinada a ayudar a aliviar el sufrimiento de tantas familias en esta crisis que padecemos. Hoy, también es el día del sacerdocio ministerial, que no es un poder sino un servicio. Nosotros estamos llamados a ser servidores, servidores de la alegría del Evangelio.
Oremos especialmente por nuestros sacerdotes. En esta tarde, nos volvemos a Cristo para decirle: Señor Jesús, compartimos contigo la cena en la que nos revelas todo tu amor. Que podamos comprender, que eres el amigo que permanece siempre a nuestro lado, la alegría que nadie jamás nos podrá arrebatar.