Homilía del Señor Arzobispo para el I domingo de Cuaresma

“El Espíritu lo fue llevando por el desierto mientras era tentado por el diablo”

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Scheffer, Ary; The Temptation of Christ; Walker Art Gallery; http://www.artuk.org/artworks/the-temptation-of-christ-98304

Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús en el desierto. Comienza el relato diciendo que “El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. Es conmovedor y hasta emocionante, contemplar a Jesús en el desierto, sometido a las crisis, a la oscuridad, a la angustia y a la vez, a la escucha de lo que Dios quiere de Él. Jesús sometido a la tentación como un hombre cualquiera. Jesús es tentado como nosotros y se siente también en un conflicto interno. Las tentaciones de Jesús son como toda tentación humana. La tentación es una experiencia permanente del ser humano. Son las tentaciones del tener, del poder y de la gloria.

El evangelista nos dice que Jesús “Estuvo todo aquel tiempo sin comer, y al final, sintió hambre”. Entonces, el diablo, le sugiere: “Si eres Hijo de Dios”, es decir, se trata de hacer que Jesús dude de su condición de Hijo de Dios; la tentación más grave es la que nos hace dudar de que somos hijos, hijas, de que somos amados… En el relato anterior a las tentaciones, en el Bautismo de Jesús, se ha escuchado la voz del cielo que decía: “Tú eres mi Hijo amado”; ahora se le dice: “Si eres Hijo de Dios…”, que quiere decir: demuestra que eres Hijo de Dios.

La intención es que Jesús llegue a dudar de que es Hijo de Dios, de que es amado. “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”. El “diablo” lo invita a dar una orden, propone a Jesús que ponga sus fuerzas de Hijo de Dios para satisfacer su hambre, que utilice a Dios en su propio beneficio. No es solo la tentación del tener, del poder y del materialismo; es también la tentación de querer satisfacer todos nuestros deseos y apetencias, es la tentación del consumismo compulsivo y desaforado… Es también la tentación de querer manipular a Dios. El “diablo” le pide que haga uso de su poder mesiánico en beneficio propio. Jesús responde: “No solo de pan vive el hombre”. Jesús es categórico. Corta por lo sano.

No se entretiene: no solo de pan vive el hombre. Ciertamente, necesitamos algo más que el pan, (aunque necesario). Necesitamos el sentido de la vida y la esperanza que nos hace vivir. No podemos reducir el ser humano a lo económico, a lo material. El ser humano es algo más, el hombre se sobrepasa a sí mismo. El deseo del ser humano no se sacia solo con el pan, en todos nosotros hay un deseo de más, un deseo de infinito. Después viene una tentación más grave. Al ver que Jesús ha rechazado el manipular a Dios, ahora le propone el poder absoluto, ya en plan descarado, sin rodeos, sin limitaciones. “Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante, todos los reinos del mundo y le dijo: te daré el poder y la gloria de todo eso… si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”.

Es la tentación de la ambición del poder en cualquiera de sus formas. Es como si le dijera: con ello cumplirás tus deseos de dominio y poder. El poder, en cualquiera de sus formas, es idolatría. El poder lleva siempre consigo la opresión. La experiencia de la humanidad y la personal, nos pone de manifiesto la corrupción a la que puede llevar la ambición del poder. Por eso, la respuesta de Jesús es tajante: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto”. Jesús nos viene a decir que el mundo no se humaniza con la fuerza del poder. Quienes deseamos seguir a Jesús no podemos ir buscando la gloria y el poder, sería arrodillarnos ante el diablo. Esta tentación sigue siendo actual en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia y ¡cuántas veces nos dejamos seducir por ella! Por último, “el diablo lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo porque está escrito: te sostendrá en sus manos”. A Jesús se le propone una manifestación apoteósica, triunfal, espectacular, como si le dijera: realiza un acto impactante, que todo el mundo vea lo grande que eres. Demuestra que tienes a Dios de tu parte y que eres más que nadie. Todos te alabarán y tu gloria llegará al límite.

¿No es esta también nuestra tentación de ser importante y de triunfar en la vida? La respuesta de Jesús es contundente: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Es una respuesta llena de sabiduría, que corta de manera radical con la tentación de dejarse llevar por el afán de protagonismo, por la necesidad de ser importante, por la búsqueda ansiosa del prestigio, el deseo de deslumbrar a la gente… Lo suyo será la fidelidad al Padre. Sigue siendo plenamente actual la tentación de querer ser como Dios. Sí, es la tentación de la arrogancia, de los privilegios y de la prepotencia, tan presentes en nuestra cultura dominante.

Sí, Jesús experimentó como nosotros en su carne la fuerza de la tentación. Sintió la duda, el miedo, la inseguridad, la seducción del prestigio y del poder. Pero Jesús, eligió el camino de la docilidad total al Padre. Jesús, venciendo el mal nos abre el camino de la liberación más profunda. Nosotros también experimentamos en nuestra propia carne la tentación: las que vienen de dentro, (nuestras fragilidades, nuestras heridas, nuestras carencias), y las que vienen de fuera, de una sociedad seductora, (nos seducen las cosas, las personas, los ambientes, el prestigio). ¿Quién podrá liberarnos de tantas fragilidades y heridas? Jesús, que las ha vencido. Y nosotros, apoyados en Él, también podemos vencerlas.

Sí, nosotros, apoyados en la fuerza de su amor, podemos vencer nuestras propias tentaciones. Hoy, podríamos preguntarnos por nuestras tentaciones: ¿Cuáles son mis propias tentaciones? ¿Qué es lo que me separa de lo esencial de mi vida? En nuestra oración de hoy podemos decirle al Señor: Señor, fortaleza del que está tentado, tú conoces mis fragilidades, que tu gracia me fortalezca para volverme a ti de todo corazón.

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