Homilía del Señor Arzobispo para el domingo de la Ascensión del Señor

“Mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo al cielo” (Lc 24, 43-56)

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La primera acción de Jesús es conducir a sus discípulos a Betania para, allí congregados levantar sus manos para bendecirles. El evangelista, no nos ofrece las palabras que acompañaban el gesto de la bendición de Jesús, pero podemos intuir que les advertía de que no quedaban huérfanos por su marcha, sino que les dejaba en manos de Dios. Y Él, Jesús Resucitado, es la gran bendición de Dios para el mundo y para cada uno de nosotros.

Antes les ha dicho: “Ustedes son testigos de todo esto” ¿De qué tienen que ser testigos los discípulos? De la muerte y resurrección de Jesús, y de anunciar el perdón de los pecados, en su nombre a todos los pueblos, es decir, testigos del amor y de la misericordia. Pero no es tan claro que los discípulos hayan comprendido este mensaje, de ahí que les pide que antes de emprender nada, esperen a ser revestidos con la fuerza del Espíritu. El texto dice que “se separó de ellos subiendo hacia el cielo”.

Casi todo lo que decimos acerca del cielo y de la felicidad en “la otra vida”, resulta para muchos contemporáneos, creyentes o no, algo demasiado lejano y abstracto, un lenguaje extraño que apenas tiene relevancia alguna para la vida de cada día. Entonces ¿Cómo podemos hoy entender la Ascensión del Señor al cielo? La Ascensión del Señor al cielo es una narración mitológica que expresa la culminación de la vida de Jesús. Es “una forma literaria” de expresar la Resurrección de Jesús que en estos días estamos celebrando llenos de alegría.

La Ascensión no es más que un aspecto del misterio pascual. Jesús participa de la misma vida de Dios y, por lo tanto, está en lo más alto del “cielo”. El “cielo” no es un lugar, sino entrar en otra dimensión. ¿Qué es el cielo? el cielo es la plenitud de nuestra vida humana y de este mundo, la realización plena en Dios, de todas las posibilidades de amor, de paz, libertad y felicidad que todo ser humano lleva dentro. Cada vez que en la tierra hacemos la experiencia del bien, de la felicidad, de la amistad, de la paz y del amor, ya estamos viviendo, de forma precaria pero real, la realidad del cielo. La fiesta de la Ascensión significa que nuestro final está en Dios, no en la nada. El final de “este Hombre” Jesús, no fue la muerte sino la vida.

Significa que nuestro horizonte es Dios. Significa también, la sed de trascendencia de todo ser humano que se realiza plenamente en Jesús Resucitado. Es pues, una fiesta de esperanza: el futuro del ser humano y el futuro del mundo está en Dios. Podrán ir mal las cosas, la política, la economía, las situaciones personales, la institución de la Iglesia, pero la vida será siempre más fuerte que todo lo que amenaza y dificulta nuestra vida. Estamos invitados a terminar nuestra vida en Dios. La fiesta de la Ascensión, que hoy celebramos, es una fiesta de esperanza. La esperanza cristiana no es la actitud que conduce a desentendernos de los problemas del presente y de despreocuparnos de los sufrimientos de este mundo y especialmente de los pobres.

Pero, ¿Dónde encontrar fuerza, sentido, horizonte, para seguir trabajando por un mundo más humano? ¿Cómo recuperar la esperanza en esa vida definitiva de la que estamos tan necesitados? Solo quien se ha encontrado con el Resucitado puede vivir su vida con esperanza y alegría. El Evangelio de este domingo termina diciendo: “se volvieron a Jerusalén con alegría”. La alegría es una de las principales características de los discípulos de Jesús. La tristeza, el derrotismo, la amargura, se oponen a la esperanza cristiana. En la entraña del mensaje de Jesús está presente la alegría. Dios quiere hacernos partícipes de su alegría haciéndonos descubrir que el valor y sentido profundo de nuestra vida está en ser acogidos y amados por Él. Necesitamos encontrar esa alegría que permanece incluso en los momentos difíciles y dolorosos de nuestra vida. En esta fiesta de la Ascensión del Señor podemos volvernos de corazón a Él para decirle: “Señor, gracias a tu muerte y resurrección, todo ser humano tiene entrada en la vida plena, en la alegría sin fin: Concédenos renovar hoy nuestra esperanza”.

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