Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el XXVII domingo del tiempo ordinario

‘’Los frutos del reino’’

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“El reino de Dios, se les quitará a ustedes y será entregado a un pueblo que produzca los frutos que corresponden al Reino”. Así concluye el evangelio de hoy, situando la responsabilidad en el pueblo (elegido), dando entrada al “nuevo pueblo” que es la Iglesia, sostenida en Jesús, la “piedra desechada” por los labradores desagradecidos. Se trata por tanto de un desafío comunitario, no solo personal.

La viña que se identifica con el reino de Dios fue sembrada por un padre, se nos dice. Los labradores la reciben con su cerco, su lagar y su torre, solo tienen que cultivar y cosechar. Tanto beneficio les ciega, han recibido generosamente, pero le niegan al dueño su derecho. Rechazan a sus servidores y matan fuera de la viña al hijo. Clara imagen de Jesús, el Hijo de Dios, que muere rechazado fuera de la ciudad. No bastándoles su parte, ambicionan toda la herencia. No comprenden que los beneficios de la herencia ya los están disfrutando. Y mucho menos se dan cuenta de que también ellos estaban llamados a participar de la plenitud de la herencia, no por derecho propio, sino por los méritos del Hijo único, que hace partícipes de sus bienes a quienes creen en él.

¿No es acaso esta parábola también una imagen del mundo actual que tantas posibilidades ha recibido y tanto está desaprovechando? Posiblemente tenemos más medios que nunca para construir un mundo justo, próspero y equitativo. Pero la realidad muestra unos resultados muy distintos. Nos resistimos a agradecer lo recibido, ambicionamos más de lo que tenemos, rechazamos al hijo y lo matamos en todos aquellos que dejamos morir fuera del beneficio de la viña. Porque cuando, en virtud de nuestros supuestos méritos, dejamos fuera de nuestra prosperidad a “los hermanos más pobres”, de alguna manera los hemos matado en nuestro corazón. El texto llama “miserables” a esos labradores homicidas, que no merecen sino la misma suerte que ellos dieron a los enviados por el padre.

Está clara la insistencia que el reino “o produce frutos o no es el reino de Dios”. Y también afirma, como en otras partes, que “el dueño de la viña vendrá” y hará justicia. Desafiante anuncio que no puede dejarnos indiferentes, sino movernos humildemente a la obediencia. La venida última, o tiempo final, no es un simple anuncio de futuro, sino una luz que debe guiar nuestro presente. Si en los domingos pasados se nos invitaba a decir sí cuando es sí, y a acudir a la viña a la hora que se nos necesite, hoy se nos recuerda, que el Señor nos ha confiado una gran responsabilidad, cuidar su reino. Un reino que no es algo pasivo, sino vivo y creciente, al que le corresponde dar frutos de paz y alegría en el mundo. Esta es la misión de la Iglesia: dar testimonio de la vida nueva de Jesucristo.

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