Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el VI domingo del Tiempo Ordinario

“¿Dónde quedan los enfermos?” (Mc 1, 40-50)

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La lepra, hoy, es una enfermedad curable y poco contagiosa, pero en la cultura del AT significaba no solamente una merma física, sino un castigo de Dios. Eso ocasionaba un doble sufrimiento en la persona que la padecía, y le ocasionaba un aislamiento de la comunidad. Como decimos, justo lo contrario de lo que los Evangelios nos enseñan, que es acercarnos a los enfermos, acompañarlos e integrarlos con normalidad en la comunidad cristiana. Mientras que en el Levítico se dice que el leproso debe ser aislado y quedar fuera de la ciudad, Jesús le cura para que sea reincorporado a la comunidad. Jesús se coloca fuera, en lugares despoblados y, aun así, acude mucha gente a Él. Mientras la mentalidad del mundo, tiende a excluir y dejar fuera a los que no quiere o son diferentes, la vida de Jesús es lo contrario. Él incorpora a los demás y acepta a cambio quedar fuera. En el Evangelio de Marcos: Jesús no para de “salir” de sitios (de Nazaret, de Galilea, de la sinagoga de Cafarnaúm, de la casa de Pedro, de la ciudad… en última instancia, “salir fuera”, hacerse “externo”, es lo que le va llevando a las cosas que van a definir su misión (los enfermos, los endemoniados, y, más adelante, la mujer sirofenicia). Esta lógica alcanzará su máxima expresión en su crucifixión fuera de la ciudad. Y esto no es algo casual, sino la nueva forma de ser de quien no ha venido a ser servido sino a servir. Mientras los falsos ídolos -de todos los tiempos piden el sacrificio de otros para sí, Jesucristo es el que se sacrifica por los demás. Aquella religiosidad separaba al enfermo de Dios; Jesucristo en cambio se acerca, se identifica con él y nos dice a nosotros: “estuve enfermo, y me visitasteis”. Ante la humilde petición del leproso, “si quieres puedes limpiarme”, la respuesta de Jesús es directa y consecuente, “quiero, queda limpio”. Como vemos, aquí limpieza y curación vienen a ser la misma cosa, es decir, complacencia con Dios y salud humana. Justamente hoy, 11 de febrero, es la fiesta de la Virgen de Lourdes y con ella la Jornada mundial de los enfermos. Buen día para orar por los enfermos, y sobre todo, para visitarlos. Ellos nos esperan y necesitan nuestro abrazo. Tal vez, no podemos decirles “quiero, queda curado”, pero sí podemos decirles, “te quiero, no me importa si estás enfermo, para mí eres valioso”. Orar por los enfermos y visitarlos, y a la vez dejarnos sanar por ellos. Ellos, con su valiente aceptación y su serena sonrisa nos evangelizan. Su oración tiene una fuerza superior. Su dolor, unido al de Cristo, participa directamente de su fuerza redentora. Ellos, como es evidente, son una enorme riqueza para nuestras comunidades cristinas de las que forman parte. La pregunta que nos hacemos es, ¿dónde quedan los enfermos? ¿Fuera y olvidados o dentro y amados? Ellos son parte nuestra, como todos lo somos de Cristo.

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