El Obispo de Roma dirige un profundo agradecimiento a los numerosos sacerdotes, monjas y laicos que ayudaron a los enfermos de sida y VIH, incluso a costa de sus vidas, en los años 80 y 90, cuando la epidemia de este virus aún desconocido tenía una tasa de mortalidad de casi el 100%. El Papa expresó su gratitud en una carta al periodista Michael O’Loughlin, corresponsal de la revista estadounidense America, autor de un ensayo recientemente publicado titulado “Hidden Mercy: AIDS, Catholics and the Untold
Stories of Compassion in the Face of Fear” (Misericordia oculta: el sida, los católicos y las historias no contadas de compasión
frente al miedo).
Gratitud En la breve misiva, el Vicario de Cristo escribe: “Gracias por iluminar la vida y el testimonio de los numerosos
sacerdotes, religiosos y laicos que han elegido acompañar, apoyar y ayudar a sus hermanos y hermanas que sufren el VIH
y el SIDA con gran riesgo para su profesión y reputación.” “En lugar de la indiferencia, la alienación e incluso la condena -continúa el Pontífice-, estas personas se han dejado conmover por la misericordia del Padre y han permitido que ésta se convierta en
la obra de su propia vida; una misericordia discreta, silenciosa y oculta, pero capaz de sostener y devolver la vida y la historia a
cada uno de nosotros”.
Ayuda La atención y la asistencia -incluida la espiritual- a los enfermos de sida forma parte hoy de la misión de la Iglesia,
pero no siempre fue así en el pasado. A principios de los años ochenta, cuando los científicos descubrieron en algunos pacientes de Estados Unidos la aparición de esta nueva y letal enfermedad, asintomática en sus primeras fases y altamente contagiosa, se extendió rápidamente el terror social y, en consecuencia, la discriminación y el estigma hacia los afectados, aunque solo fuera potencialmente.