El Papa advierte sobre la trampa de la avaricia

"En el ataúd, no llevaremos nuestras posesiones acumuladas".

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Durante la audiencia general, el Papa Francisco continuó su serie de catequesis sobre vicios y virtudes, centrándose en la avaricia, una enfermedad del corazón más que de la cartera. Advierte sobre el peligro del acaparamiento compulsivo y la acumulación patológica, señalando que los bienes pueden acabar poseyéndonos, convirtiéndonos en esclavos de lo que tenemos.

El Papa destaca que la avaricia no es exclusiva de aquellos con grandes riquezas, sino un vicio generalizado que afecta a personas de diversas situaciones económicas. Para ilustrar este punto, recurre a la experiencia de los monjes del desierto, quienes, a pesar de renunciar a grandes herencias, se apegaron a objetos de poco valor, convirtiéndolos en fetiches que limitaban su libertad.

Francisco propone la meditación sobre la muerte como un remedio efectivo para la avaricia, recordando que, a pesar de acumular bienes en la vida, no podemos llevarnos nada al más allá. Destaca la futilidad de aferrarse a la posesión material y la importancia de comprender nuestra verdadera relación con el mundo.

La avaricia se presenta como un intento de encontrar seguridad en las posesiones, pero el Papa subraya que esto es ilusorio, ya que las seguridades se desmoronan cuando intentamos aferrarlas. Recuerda la parábola del hombre insensato y su ansia de agrandar almacenes tras una cosecha abundante, ilustrando cómo las posesiones pueden convertirse en una carga que nos posee en lugar de poseerlas nosotros.

El Papa critica a aquellos ricos que descuidan la responsabilidad asociada con la riqueza y olvidan la enseñanza evangélica sobre la responsabilidad de las posesiones. Advierte que la acumulación de bienes puede convertirse en una trampa, llevando a una vida infeliz y al callejón sin salida de la avaricia.

En una anécdota personal, el Papa comparte la historia de un hombre rico obsesionado con ahorrar incluso medio yogur para su madre enferma, ilustrando cómicamente la ridícula naturaleza de la avaricia. Concluye con la recomendación de abandonar la avaricia y abrazar la generosidad, especialmente hacia aquellos que más lo necesitan.

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