Palabra de vida |“Este es mi mandamiento…”

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La liturgia de la Palabra de Dios de estos domingos de Pascua, está en su mayoría tomada de los discursos de despedida de Jesús en la Última Cena. Como si su angustia hiciera aflorar aún más su gran amor por los suyos y la humanidad entera. Escribía el novelista francés G. Flaubert que, así como la perla es una enfermedad de la ostra, así el amor más elevado y creativo nace y se afina por un dolor intenso. De ese “amor” que sale del corazón abierto de Jesús en esa memorable cena, se nutre también la comunidad eclesial ante la escucha de este maravilloso texto del Evangelio de hoy. Juan nos recuerda el profundo ligamen que existe entre el amor y el mandamiento: “Si observáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor…”.

Amor y obediencia son recíprocamente dependientes porque lo “mandado” por Jesús no es fruto de un puro sentimiento romántico y efímero, sino que es una clara y lucida actitud de amar de manera racional y sentimental, es decir con la cabeza y el corazón. Pero el amor plasmado en las palabras de Jesús, enfatiza que la novedad del mandamiento que presenta es la de “amar cómo Él nos ha amado”, sabiendo que Él nos “amó hasta el final” (Jn 13, 1) queriendo significar que es una entrega sin reservas ni límites, dispuesta a borrar toda forma de egoísmo, dirigida hacia esa cima “más elevada” que es el “dar la vida por los amigos”. Agregando claro está que es amarse “los unos a los otros”, es decir, un amor recíproco.

Aquí se simplifica el mandamiento cristiano: amar, como un compromiso serio, fatigoso, cotidiano, que se hace donación, fidelidad, comprensión, generosidad, abrazando por igual el dolor que encierra toda capacidad de amar siempre a los demás. Sin querer pensar que es una exageración, todo lo contario, más bien que es algo realmente posible con la gracia de Dios: nuestro amor debe ser infinito, perfecto, supremo como el de Cristo mismo. Así pues, Jesús nos deja al final de su itinerario terreno este testamento esencial y único para encontrar la vida verdadera: “¡Amen!”.

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