Editorial | Nuestra voz | Sí a la educación sexual, pero…

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Al escribir o hablar del tema de la educación sexual, enseguida descubrimos que es preciso definir el uso que se le da al término “educación sexual”, porque para los grupos afines a la ideología de género, enseñar o educar en educación sexual significa darles a los jóvenes una información sexual de forma directa, explícita y carente de valores morales, con un lenguaje procaz y una metodología que no respetan la inocencia natural de los niños, ni la autoridad de sus padres. Es una educación sexual enfocada exclusivamente en el placer, en lo meramente biológico olvidándose de la dimensión espiritual que conecta al ser humano con su creador perfecto.

Para quienes respetan la vida y la familia, enseñar educación sexual significa formar y fortalecer los valores consustanciales a la sexualidad humana, que son la transmisión de la vida y la expresión del amor conyugal y cuya finalidad es que los jóvenes respeten dichos valores por medio de la virtud de la castidad o abstención del sexo mientras se es soltero.

A pesar de que el Papa Francisco ha usado el término “educación sexual”, para referirse a una cautelosa, prudente y correcta formación de los valores inherentes a la sexualidad bajo la responsabilidad de los padres, es importante distinguir claramente su significado del que le dan otros grupos, de esta forma se evitarán lamentables confusiones; aunque usar el término “educación en el amor” es más apropiado si se considera que la formación de los jóvenes, además, de la dimensión corporal incluye la experiencia interior más profunda de la persona, que la conduce a dotar de sentido y propósito a las propias acciones y existencia, sean cuales sean las condiciones externas, lo que significa aprender cómo encontrar disfrute en las experiencias cotidianas.

En este enfoque de la educación para el amor, el papel y responsabilidad de los padres es insoslayable, porque son los llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Es decir, los padres deben usar un lenguaje y un modo de comunicación que respete el pudor natural de sus hijos y que no se convierta en una ocasión más de incitación al pecado, sino que resulte en un correcto aprecio del don de la sexualidad humana y de la castidad.

Además, la educación sexual, es un derecho y un deber fundamental de los padres, la cual debe realizarse siempre bajo su supervisión, tanto en casa como en la escuela y más aún el estado no puede nunca imponer a los alumnos un programa educativo, particularmente en materia de sexualidad, con el cual los padres no estén de acuerdo por no coincidir con sus convicciones morales o religiosas y sobre el cual no tengan control. Es responsabilidad de cada católico contribuir a echar por tierra el concepto de que el tema de la sexualidad es sucio y vergonzoso, olvidándose de que el sexo es un diseño hermoso de Dios y no dejarnos ganar terreno por aquellos que limitan el sexo a lo genital dejando a un lado el orden perfecto del diseño de Dios, porque en el desorden siempre habrá dolor, destrucción y pecado.

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