La figura de Jesús en la cruz representa para cada cristiano católico el símbolo del amor por excelencia, la encarnación de su misión de fe y vida. Pero, ¿Cómo puede una imagen tan terrible expresar un mensaje tan precioso? San Pablo es enfático en manifestar el auténtico significado de la cruz; considerada escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero para quienes somos católicos, representa el amor fecundo que engendra vida, solidaridad, entrega al servicio de otro, fortaleza en los momentos de angustia, esperanza, sabiduría y muchísimas cosas más. La cruz es parte esencial de nuestra fe cristiana, así lo dice el Papa Francisco al afirmar que «La cruz no es un utensilio de la casa o un adorno para llevar, sino que es un recordatorio del amor con que Jesús se sacrificó para salvar a la humanidad del mal y del pecado» (Ángelus, 12.03.2017), por lo tanto, es signo del amor de Dios, que se entrega en sacrificio por nuestra salvación, es signo de la victoria sobre la muerte y el pecado, es signo del modo perfecto de cómo actúa Dios, que saca la mayor de las bendiciones de un instrumento que el mundo veía como locura y como escándalo.
Debemos mirar la cruz y recordar, que “Dios no calla en la cruz, porque no hay cruz en la vida humana que el Señor no comparta con nosotros. Dios habla con la cruz y en la cruz. Además es el recordatorio y la llamada a saber cargar con nuestra cruz y ayudar a los hermanos a cargar con ella”. (Francisco).La cruz que debemos ayudar a cargar en estos tiempos de crisis, es la cruz de un país sumido en luchas políticas, repleto de ambiciones personales que no miran el bien de la sociedad, la cruz de autoridades desprovistas de la intención de dialogar, incapaces de construir en conjunto con otros actores también importantes, un país mejor, la cruz de la desesperación para tantos jóvenes que han perdido ya la ilusión de un futuro mejor y que están sumidos en las drogas, en la delincuencia, sin esperanzas de conseguir un trabajo o estudiar.
No podemos retirar nuestra mirada y abstenernos de ayudar a cargar la cruz del maltrato a la mujer, de la violencia familiar, de la muerte impune de hombres y mujeres que son realidades que duelen y hacen sangrar a nuestra sociedad hondureña y dejan familias con hijos huérfanos: huérfanos de padres, huérfanos de afectos, huérfanos de guía, huérfanos de consuelo. Pero ser fiel al Crucificado no es buscar con masoquismo el sufrimiento, sino saber acercarse a los que sufren, solidarizándose con ellos hasta las últimas consecuencias. Descubrir la grandeza de la cruz no es encontrar un amuleto que nos proteja del dolor, sino saber percibir la fuerza liberadora que se encierra en el amor cuando es vivido en toda su profundidad, ese amor semejante al de Dios que no se irrita, que no busca su propia satisfacción. En el inicio de la Semana Santa, pedimos a Dios que nos ayude a no acostumbrarnos a verlo crucificado.