Editorial-Nuestra voz | El día del trabajador y los retos en medio de la pandemia

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People wear face masks against the spread of the new coronavirus at a market in Tegucigalpa on April 8, 2020. - 312 cases of COVID-19 were reported in Honduras, with 22 deaths. (Photo by ORLANDO SIERRA / AFP)

La fiesta del 1 de mayo, nacida fuera del ámbito cristiano para reclamar y conseguir condiciones laborales más dignas tales como reducción de jornadas de trabajo de 12 horas a 8 horas, remuneraciones de acuerdo a la labor realizada, ambientes limpios, iluminados y ventilados, ha sido aceptada por la comunidad cristiana en su calendario festivo, pues los cristianos sabemos que San José era un obrero y que Jesús era conocido como el “hijo del carpintero de Nazaret”, por esa razón durante el Pontificado del Papa León XIII (1878-1903), se proclamó a San José el “patrono de los obreros”.

Posteriormente, en 1955 el Siervo de Dios, el Papa Pío XII, ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano incluyó en el Calendario Litúrgico el 1 de mayo como una celebración para destacar el valor que tiene el trabajo en la vida de las personas y cómo a través de él podemos lograr la santidad, destacando las cualidades de San José Obrero y de Jesús como aprendiz de carpintero. Haciendo énfasis en que el trabajo, sobrepasa la dimensión económica hasta convertirse en una necesidad espiritual, en estos tiempos tan turbulentos e inciertos el trabajar se encuentra entre las necesidades que el Señor nos ayuda a satisfacer. Muchísimos han subvaluado el valor del trabajo y aspiran erróneamente a lograr una condición en la que no haya necesidad de trabajar, como ganarse la lotería, olvidando que el privilegio de trabajar es un don, que las ganas y fuerzas para trabajar es una bendición y que el amor al trabajo es un triunfo.

Sin embargo, en la actualidad esta celebración en tiempos de la pandemia de coronavirus, nos hace meditar sobre las condiciones en que los hondureños celebran este día, en medio de la incertidumbre por las suspensiones de trabajadores y despido de miles de compatriotas; empleos con bajo nivel de ingresos que no garantiza la capacidad para escapar de la pobreza. Escasa creación de empleos permanentes y el que se crea es temporal, o a tiempo parcial, inestable, con salarios por debajo del mínimo y con deficientes condiciones laborales que deshumanizan lo que implica que, si antes del 2020 la situación no pintaba bien, ahora las perspectivas no son nada esperanzadoras. Esta situación genera una espiral de pobreza y vulnerabilidad que, además de privar de lo necesario para que las personas vivan con dignidad, desencadenan otras situaciones relacionadas con los sentimientos de desesperación y angustia, que acrecienta la cantidad de personas que deciden migrar para buscar en otro lugar, lo que no encuentran aquí, aún a costa de su propia vida. Esta realidad nos interpela como católicos: la defensa del trabajo digno, forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia que debe realizarse desde la acogida, la motivación, la capacitación integral y el acompañamiento. Por eso, como católicos, debemos comprometernos a ser mano tendida; a escuchar, a acompañar al estilo de Jesús de Nazaret; signo y Buena Noticia de esperanza para quienes perciben y experimentan un futuro sin horizontes y sin sentido bajo la sombra del desempleo.

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