Ante la presencia de las multitudes Jesús reacciona subiendo a la montaña. La montaña simboliza el “lugar de Dios”. Cuando Jesús sube a la montaña y se sienta hay un gentío en aquel entorno, pero sólo “los discípulos se acercan” a Él para escuchar mejor su mensaje. ¿Qué escuchamos nosotros cuando nos acercamos a Jesús?
Jesús comienza a desgranar las bienaventuranzas: “Dichosos”. La palabra griega “macarios”, que se traduce por dichosos, es una especie de felicitación: ¡qué suerte tienen! No comienza Jesús diciendo “tienen que”, sino diciendo “¡Dichosos!”, “¡Qué suerte tienen!”, “¡Qué bien!”, “¡Felices!” “¡Enhorabuena!”
Las Bienaventuranzas son los gritos de alegría de Jesús ante la sensación con la que Él vive la proximidad del Reino de Dios. Pero es Jesús realmente el pobre, el manso, el misericordioso, el que llora, el que trae la paz y el perseguido a causa de la justicia… Las Bienaventuranzas sólo se pueden comprender desde dentro, desde la llegada del Reino en la persona de Jesús. Son el corazón del Evangelio.
Jesús, en las Bienaventuranzas, se dirige a las personas que viven en situaciones dolorosas, los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y también aquellos que viven actitudes semejantes a Él mismo; la última bienaventuranza se refiere a los que son perseguidos por ser justos, por ser fieles al Evangelio.
Las Bienaventuranzas son la carta magna de la vida cristiana, del seguimiento de Jesús, de la salvación futura. Son los puntos más determinantes con los cuales Jesús ha pretendido una nueva humanidad, un mundo nuevo. Son la expresión del nuevo ser humano, fundado en Cristo, abierto hacia su gracia…. Son la verdad más honda del mensaje y de la vida de la Iglesia que quiere conformarse a partir de ellas como encarnación histórica de la gracia de Cristo Resucitado y del Reino que Él anuncia.
No obstante, es verdad que vivir el espíritu de las Bienaventuranzas requiere un auténtico esfuerzo interior. Se propone la pobreza que libera el corazón de muchas ataduras, la misericordia que introduce en las relaciones humanas, la benevolencia y el perdón, la limpieza de corazón para no juzgar y la lucha por la justicia, porque Dios es justo.
Con las bienaventuranzas Jesús quiere proclamar el Reino de Dios y quiere enseñarnos a vivir en los valores de ese Reino al que Jesús dedica su vida apasionadamente, haciendo el bien a todos.
Hoy, Fiesta de todos los santos, recordamos a una multitud de santos y santas, gente corriente como nosotros que han vivido de manera sencilla pero que han comunicado paz, que han sido auténticos, compasivos, solidarios, que han entregado su vida generosamente y que participan de una vida plena del Resucitado. Los santos han encarnado el espíritu de las Bienaventuranzas.
Es una fiesta de esperanza y de alegría. Hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Los santos nos demuestran que seguir a Jesús es posible. Estos hombres y mujeres tuvieron defectos, cometieron pecados, no eran perfectos y se acogieron a la misericordia del Señor.
Hoy también recordamos a una multitud de santos anónimos sin corona y sin altar… Como dice el Papa Francisco: “los santos de la puerta de al lado”. Es decir, santos anónimos, que, con sus buenas obras, bien intencionadas, pueden transformar su entorno, hacerlo más cristiano, más humano”. Todos hemos conocido estos santos incluso aquellos que han vivido entre nosotros.
Repito, los santos fueron como nosotros, pero vivieron en la confianza y creyeron en la alegría del Evangelio. No una alegría barata como la que nos vende el mercado, sino la Alegría de Aquél que antes de partir nos dejó su Alegría que nadie nos puede arrebatar (Jn 15, 11). Dios quiere nuestra felicidad, no sólo para después de la muerte sino la felicidad en esta vida.
En la Fiesta de todos los Santos, en nuestro corazón, podemos decir: Señor, haz crecer nuestro deseo de vivir el espíritu de las Bienaventuranzas: la alegría, la misericordia, la paz y la felicidad de encontrarnos contigo y de salir al encuentro con los otros, nuestros hermanos más necesitados.