Reflexión | Bicentenario

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Han pasado 200 años y las esperanzas que estaban cifradas en el acontecimiento del 15 de septiembre de 1821 han quedado en una ilusión de algo que nunca se cumplió. Claro que hay cosas que estamos llamados a celebrar, porque aquel acontecimiento representó el final de siglos de dominación de nuestros pueblos por parte de una potencia que no solo era ajena a la vida de los súbditos de tierras ultramarinas.

Los criollos que propiciaron por todas partes la independencia, habían sido fuertemente afectados en sus ambiciones, porque todos los cargos de relevancia se reservaban para los españoles nacidos en la península. Fueron muchas las cosas que nos legaron los que nos conquistaron y, superando cualquier tipo de leyenda negra, debemos tener un corazón agradecido por la riqueza de nuestra historia que como en todo lo que tiene mano humana, tuvo luces y sombras. Sin embargo, aunque el colonialismo fue superado, nuevas formas de colonización se fueron desarrollando. Una cosa fue la emancipación política de España o de México, después de la anexión, otra muy distinta es alcanzar la autodeterminación.

En 200 años hemos sido el patio trasero de las potencias y el nivel de interés de los países poderosos es directamente proporcional a los beneficios que podrían sacar de los productos de nuestras tierras o de las jugadas geopolíticas a las que las circunstancias arrastraban a nuestros países. Frente a eso, sin duda que el margen de acción ha sido mínimo. Primero los ingleses, luego los norteamericanos, los alemanes, la presión de la URSS, Etc., pero lo más doloroso ha sido que no hemos sido capaces de generar un espacio y un criterio propio. La nación posible que fue la Federación Centroamericana se desmoronó no solo por lo que gente como el embajador británico Chatfield propiciaron sino, porque padecemos desde nuestro nacimiento como pueblos de un virus que ha mutado a lo largo de los siglos: el virus de la división y la mentira.

Nuestros países y muy especialmente el nuestro, no ha logrado superar esa visión tan egoísta en la que los intereses personales están por los intereses de la nación. Si al menos el 25 por ciento de las promesas de campaña de los políticos se hubiera llevado a cabo, seríamos un país de crecimiento medio al menos. Llegamos a los 200 años más divididos que nunca. Hace 100 años al menos se tenía claro que eran dos grupos enfrentados. Las triquiñuelas eran similares, los fraudes también. Pero la década de los 20 del siglo pasado fue la más sangrienta de nuestra historia republicana. Quiera Dios que no repitamos lo que se gestó hace 100 años aunque si algo hemos ya imitado no son los muertos, sino el afán totalitarista de los que nos gobiernan y la idea que el otro es enemigo por el simple hecho de no pensar como nosotros.

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