“Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente… y a tu prójimo como a ti mismo.” (Mt. 22,34-40)

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Esta es la repuesta de Jesús al maestro de la ley que le pregunta: “¿Cuál es el mandamiento más importante?”

El maestro de la ley pregunta a Jesús por el mandamiento más importante. En aquella época los judíos habían codificado 613 mandamientos. Y discutían cuáles eran los mandamientos más importantes y cuáles eran los secundarios… Responder a esta pregunta no era tan sencillo, porque la mayoría de los juristas consideraban que todos los mandamientos tenían la misma importancia. Otros, defendían que guardar el sábado era lo primero de todo. También había quienes decían que el amor al prójimo era el principal.

En realidad, la pregunta del maestro de la ley es una pregunta por lo esencial, es una pregunta que nos concierne también a todos nosotros: ¿Cuál es el mandamiento más importante? ¿Qué es lo esencial en nuestra vida?

Nosotros vivimos demasiado agobiados por presiones, actividades y compromisos sociales que aprisionan nuestra vida. Nuestros días están llenos de asuntos pendientes, proyectos que terminar, llamadas que hacer… Tenemos la impresión de estar dispersos en muchas direcciones. Nuestra sociedad postmoderna es una sociedad fragmentada. Los medios de comunicación nos bombardean con spots publicitarios vendiéndonos mil productos importantes como medicina para resolver todo.

Por eso, necesitamos hacer silencio y preguntarnos: ¿Qué es lo más importante en mi vida?, ¿Qué es lo que le da sentido?, ¿Qué es lo prioritario para mí? ¿Me doy tiempo para ver qué es lo prioritario o me enredo en mil historias dejándome llevar? ¿Adónde vamos con este individualismo moderno en el que lo importante es “estar bien” pero desconectados de lo verdaderamente esencial?

La respuesta de Jesús al maestro de la ley sigue siendo válida para nosotros. Jesús responde recitando las palabras del “shemá” (escucha), que todo israelita piadoso recitaba dos veces cada día (Dt 6, 4-9); pero Jesús añaden también una referencia al Lev 19,18, que prescribe amar al prójimo como a ti mismo: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” … Este es el mandamiento principal y el primero; pero el segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es como si Jesús les dijera: Lo único importante es amar de verdad. La vocación del ser humano es la vocación al amor profundo; si nos falta el amor nos falta todo.

Jesús quiere poner de relieve que el amor es la verdadera fuerza para vivir y para lograr una vida con sentido. En pocas palabras, Jesús ha concretado la medida sin medida del amor: “amar con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”. La palabra “todo”, repetida tres veces, expresa la adhesión total a Dios y el empeño en amar de verdad.

“Pero el segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El “semejante” utilizando el adjetivo en griego “homoios” indica que el mandamiento del amor al prójimo es de igual rango que el mandamiento del amor a Dios. Y esto da un valor insospechado. Jesús une lo divino con lo humano y hace inseparable lo uno de lo otro. De manera que es una ilusión y un engaño pensar que uno vive una buena relación con Dios si se desentiende de los otros.

En una sociedad de tremendas desigualdades “amar como a ti mismo” introduce la radical exigencia de la igualdad; todos somos iguales y estamos invitados a superar nuestras desigualdades. Aunque el amor a uno mismo pueda degradarse, es una premisa necesaria sentirse amado y saberse amado. Es una condición indispensable para poder amar. Nos experimentamos como valiosos cuando somos realmente amados por alguien. Pero el “como a ti mismo” es también superado por Jesús: “como yo los he amado”.

El Evangelio de hoy es una invitación a centrarnos en lo único esencial. A veces, la sociedad, la Iglesia, la vida laboral, la vida de familia… nos va cargando con normas, compromisos, exigencias. Vivimos agobiados, fatigados, estresados sin poder cumplir con toda la demanda exterior que se nos presenta y con la sensación de no llegar a todo… Jesús nos invita a centrarnos en lo esencial, a liberarnos de lo que nos distrae y a vivir en referencia a aquello que nos construye, nos humaniza, y llena de sentido nuestra vida: es el amor vivido día a día en la confianza y muy cerca de la Fuente de todo amor.

Volviendo al Evangelio de este domingo, recordamos que el Dios que se revela en Jesús se llama Amor, amor sin límites. Como diría Dostoyevski, “el sol del amor arde en su corazón”.  En Jesús, Dios nos ha revelado su rostro de amor, su rostro de ternura y de compasión. Por eso, podemos decirle: Señor, haz que sepamos recibir el amor que tu nos ofreces a cada instante y ayúdanos a procurar que quienes nos rodean se sientan amados de verdad.

 

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