Realmente no sabía por dónde empezar la reflexión que les comparto cada semana. La situación del asesinato de ese muchacho que atentó contra la vida de la joven policía en el Estadio Olímpico, me ha dejado con una frustración muy grande. Su actuar fue criminal y claramente punible. Esa patada es alevosa y trapera. Pero eso no justifica que lo hayan asesinado. Ahora pareciera que todo “debe solucionarse” de esa manera. Para mí, lo más grave de todo, si es que hay alguna manera de medir la gravedad, es leer y escuchar a personas, que prácticamente están condonando ambos actos.
El agresor, lo repito, merecía ser presentado ante los tribunales de la República, para que se le sentenciase, de una manera ejemplar, porque las acciones de estos criminales miembros de las barras deportivas, deben ser perseguidas y castigadas. Pero acabar con la vida de él, solo nos demuestra que hemos llegado, desde hace mucho tiempo atrás, a muchísimo más que la ley de la selva, porque estamos viviendo una especie de ley del “lejano oeste” en la que cada cual según sus intereses, no es que se toma la ley en sus manos sino que se convierte en ley, juez y verdugo.
Nuestra sociedad está increíblemente deteriorada y admitámoslo, nos estamos cansando de ver que nuestras autoridades, son buenas para hacer discursos y para echarle la culpa a los que estuvieron en el pasado. Parece ser que sus asesores de imagen, los “gurús de la política”, les han “tirado línea” para que no se cansen de repetir que en pocos meses es imposible revertir todo el daño que se hizo en los últimos 12 años. ¡Evidente que esto es cierto! Nadie en su sano juicio pretendería que en apenas cuatro meses, se pudiese acabar con el daño que se le ha hecho al país históricamente y no solo hace 12 años atrás.
Pero también es cierto, que las actitudes de los que han asumido la responsabilidad de llevar adelante nuestro país, deberían estar demostrando que son diferentes, pero pareciese, lo insisto de nuevo, pareciese, que muchos de ellos están únicamente motivados por un revanchismo ciego, incapaz de construir una nación pero supremamente capaz de dividirla más. ¡Qué lejos estamos de lograr que el Estado deje de ser el gran empleador y que los partidos triunfantes, sus miembros, crean que tienen derecho a ocupar los cargos aunque no tengan los méritos! Hablando de autoridad. Esta semana corresponde a la Conferencia Episcopal de Honduras elegir su nueva junta directiva. Pensar en la tarea de los señores obispos me llena de orgullo, porque sé que si han tenido altura moral y autoridad. Despedir a alguien como monseñor Ángel Garachana de su misión de presidente es muy difícil. Por eso, lo menos que puedo decirle públicamente en estas líneas es un inmenso: ¡Gracias! A él, como a los demás obispos de esta Conferencia Episcopal, la posteridad debe hacerles justicia.