Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la tierra

Para esta renovación, es necesario conocer a la tercera persona de la Trinidad que es quien nos impulsa a ser evangelizadores con espíritu, viviendo en la verdad

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 “Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés, santificas a tu Iglesia, extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica”, así reza la oración colecta del Domingo de Pentecostés, la cual nos sirve para conocer el sentido de esta gran solemnidad, en la cual, podemos conocer a quien llaman “El gran desconocido”, es decir, al Espíritu Santo.

Verdad

San José María Escribá de Balaguer dijo que, “Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad; dejar que Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida”. Estas palabras nos invitan a reconocer que, en la medida que, el cristiano se deja impulsar por el gran consolador, como también es llamado el Espíritu Santo, este hace, que vivamos los valores evangélicos y eso se traduce con vivir en la verdad. Monseñor José Vicente Nácher, Arzobispo de Tegucigalpa, al referirse al tema detalla que, el Espíritu Santo es “El que nos defiende con la verdad. Y lo que define al Espíritu Santo, que habita en nosotros, debería también definirnos a los cristianos: los que vivimos en la verdad, y damos testimonio de la verdad”.

El arzobispo continúa explicando esta aseveración y agrega que, “cuando decimos esto no queremos decir que defendemos “nuestra” verdad, sino que damos razón de una realidad más grande que nosotros, es decir de una verdad que nos precede, nos envuelve y guía”. Este Paráclito, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente.

Amor

Algunos han considerado al Espíritu Santo el “gran desconocido”. En realidad, Él debería de ser “el gran implícito” según explican expertos, porque en ninguna experiencia verdaderamente cristiana está ausente. Es decir, lo conocemos, aún si no siempre somos conscientes de ello. Santos Hernández, excoordinador diocesano de la Renovación Carismática Católica (RCC), explica que, “El Espíritu Santo es presencia de Dios y solo cuando lo conocemos, confiamos, creemos y tratamos de amor a aquel que nos ha amado primero, es decir, Dios”.

Dunia Molina, predicadora católica, al hablar del gran desconocido, dice que, para un cristiano, debería de ser al que más deberíamos conocer y agrega que “Es la fuerza, es el amor del Padre y del Hijo dado a nosotros, es el abrazo divino, ese es el Espíritu Santo y, por ende, lo necesitamos todos, a diario, necesitamos esa fuerza de lo alto, ese amor, esa brisa suave que nos alienta, que nos anima y que nos santifica”. Es por ello, que el Papa Francisco, al hablar del Espíritu de Amor, manifiesta que tenemos que ser evangelizadores con Espíritu, que quiere decir, “Evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios”.

1 Oración

La vida cristiana requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo. Si tenemos relación asidua con el Espíritu Santo, nos haremos también nosotros espirituales, nos sen- tiremos hermanos de Cristo e hijos de Dios.

2 Sacrificio

Su gracia es fruto de la cruz, de la entre- ga total a Dios. Solo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, negándose a sí mis- mo por amor a Dios, estando desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, solo entonces, es cuando recibe con plenitud el Espíritu Santo.

3 Docilidad

El Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a los pensamientos, deseos y obras. Él es quien empuja a adherirse a la doctrina de Cristo y a asimilarla con profundidad, quien da luz para tomar conciencia de la vocación y fuerza para realizar todo lo que Dios espera.

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