Aquellos que crecieron degustando las historias que Ramón Amaya Amador plasma en sus libros, recuerdan con nostalgia la obra literaria llamada Cipotes. Esa novela se desarrolla en los alrededores del barrio Los Dolores en el centro de Tegucigalpa, por lo que muchos se sentirán identificados con la historia vocacional del Padre Carlos Domínguez, un presbítero oriundo de este mítico barrio que creció vendiendo tortillas a un lado del majestuoso templo y hoy presta su servicio en el interior del mismo.
Niñez
El presbítero es originario de La Esperanza, Intibucá. Proviene de una familia numerosa ya que tuvo ocho hermanos. Eran de escasos recursos económicos y se dedicaban al campo. Cuando apenas tenía nueve años pierde a su madre y a su padre no lo pudo conocer tampoco.
A esa edad, siendo huérfano, se traslada a vivir hacia Tegucigalpa en el Barrio Los Dolores con su abuela, quien le dio todo el cariño y el rigor que necesitaba para formar a un hombre de bien y sobre todo, con un sentido cristiano que lo llevó a entregar su vida al Señor. Su abuela se encargaba de hacer tortillas y él de venderlas. Sentía que con eso aportaba en su hogar. El pasar ocupado en estos menesteres, detalla el presbítero, le alejó de todos los vicios y malos hábitos de la época.
Lucha
“Mi sueño era ser algo en la vida, nunca perdí esa ilusión” nos dice. Estudió en la escuela Álvaro Contreras, pero sin dejar la venta de tortillas. Al crecer, su secundaria la cursó en el Instituto Central Vicente Cáceres y para ese entonces, asistía al mercado en donde trabajaba vendiendo frutas y cargaba bultos para agenciarse el dinero de sus estudios. Se graduó de maestro de educación primaria en la escuela Normal de Comayagua. Fue alumno becado en la Escuela Superior del Profesorado en aquel entonces, ahora Universidad Pedagógica Francisco Morazán. “Mi sueño era dedicarme a la educación, a trabajar con jóvenes y con niños, ese era mi ideal, antes que el Señor hiciera su obra en mi persona” confiesa.
Llamado
Su primera promotora vocacional fue su abuela, así lo señala al decir que ella fue la que lo encausó en el camino del Señor. Aprendió a rezar el Rosario desde niño, porque ella lo hacía todas las noches. De igual manera, le enseñó a ir a la Eucaristía dominical. Ella se empecinó en que hiciera la Primera Comunión y fue su catequista. Ya cuando le tocó partir al Seminario Redentorista, fue a la estación de buses a bendecirlo. “Para mí fue como una marca de Dios en el camino de mi vida”. Sobre su decisión de seguir al Señor desde el sacerdocio, indicó que su vocación tiene un misterio muy grande. Le decían sus amigos y conocidos que parecía un “padrecito”. Al inicio se negó porque no era su deseo. El conocer el testimonio de algunos sacerdotes y su invitación, fue preparando el camino para decir sí a Dios.
Ministerio
Hoy tiene 64 años, de estos, 33 son de vida sacerdotal. Está muy orgulloso porque vive una vida muy feliz. Cursó sus estudios de Filosofía en Costa Rica. Al inicio le costó entender este camino, en el que tuvo varios desiertos y vivió realidades no tan agradables, pero Dios ha hecho obras maravillosas en su vida. El noviciado lo hizo en Honduras. La Teología la cursó en México. Durante su ministerio le ha tocado servir en toda Centroamérica y actualmente está en la Los Dolores, su parroquia de origen.
Misioneros redentoristas en Centroamérica
Los misioneros redentoristas, llegaron por primera vez a Puerto Limón, Costa Rica en 1927. Posteriormente en su primera extensión se dirigieron a Honduras y El Salvador. En 1955 se crea la Viceprovincia de San Salvador y se extiende a Guatemala, Nicaragua y Panamá. El 15 de julio de 2012 se crea la Provincia de América Central y se comienza a trabajar con miras de establecerse en Belice.