Reflexión | Utopía

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Llámenlo como lo quieran llamar. Descríbanlo como lo quieran describir: tragedia, masacre, vergüenza, genocidio, ajuste de cuentas, feminicidios o lo que sea. Lo cierto es que lo acontecido en el CEFAS, desnuda por enésima vez, la realidad de nuestro país reflejada en la situación de los privados de libertad. Pueden venir y señalar que se trata de criminales, de personas que están ahí porque han cometido algún delito o al menos se les supone responsables de alguno, pero lo cierto es que la delincuencia, del tipo que sea en nuestro país, como en cualquier otra parte del mundo, pero sobre todo en el nuestro, es el resultado de la dolorosísima carencia de educación, oportunidades y sobretodo de justicia.

Se deduzca o no las responsabilidades a los autores materiales e intelectuales de semejante barbarie, los cierto será que, más allá de las teorías de conspiración: que si esto es para aumentar el caos que le encanta a algunos de los que gobierna o bien para deshacerse de algunos que estorbaban a este o aquel; sólo nos demuestra que en el imaginario popular, que ruego a Dios que sea solo imaginación, creemos capaces a los mal llamados “líderes” de provocar la muerte de quién quiera que sea, con tal de sostener sus mezquinos intereses.

Lo más interesante siempre, es que aquel refrán de mi abuela: “después del trueno, Jesús María”, se cumple a la perfección. Tenemos miles de expertos que saben, tienen las soluciones a los problemas, “lo habían advertido”.

No dudo que mucho de eso sea cierto, pero la ceguera partidaria y la maldita corrupción siguen cobrando vidas y no se ve por ninguna parte que quieran que esto cambie. Es urgente que nos metamos bien en la cabeza y en el corazón: ¡las cosas no cambian! ¡Somos las personas las que tenemos que cambiar! Cambiar las personas no significa, necesariamente, aunque a veces sí lo es, que sustituyan a los que están al frente de las instituciones por otros. Se necesita un cambio de actitud generalizado pero, sobre todo, de los que tienen la responsabilidad y la tarea de decidir en bien de otros. Hay una especie de desesperación por estar en los puestos para ganar más, pero no para ser más. El funcionario público no es ni debe un monigote que se manipula a gusto y paciencia del que cree tener derecho sobre él porque le debe el haber sido colocado en ese puesto. Esto parece utópico, pero tenemos que creer que es posible que se llegue algún día a desligar lo político partidista de la responsabilidad profesional. Si les exigimos a los que gobiernan que se dejen de más excusas, también es necesario exigirnos, como sociedad, la tarea de construir espacios que garanticen la dignidad de todos. “Las noticias duran tres días” me dijo un amigo periodista. Lo que nos ha pasado no es “noticia”, es nuestra cruda y diaria realidad.

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