Desde hace algún tiempo, estoy con el deseo de escribir algo en este espacio sobre los gobernantes que necesitamos, pero como cada semana esto se convirtió, hace tiempo en un circo, se me ha hecho muy difícil dedicarme a ello.
Los Padres de la Iglesia, para el caso, trataron el tema en reiteradas ocasiones. San Agustín, San Ambrosio, San Gregorio Magno y otros, se ocuparon de desarrollar una especie de elenco de las características que deberían acompañar a un buen gobernante. Sin embargo, voy a dejar el recurrir a sus pensamientos hasta pasadas las elecciones para que no sea visto como que estoy queriendo meter la Biblia en el asunto porque, en la campaña de este año, hasta con ella han querido jugar.
Voy a tomar algunas ideas de las “Máximas de Confucio”. El primer elemento que subraya Confucio es que los que gobiernan deben “controlarse a sí mismos”. Deben fundamentalmente “cultivar su conducta personal”.
Llamados a ser modelos de virtud que desde su conducta privada hasta su conducta pública estén en perfecta armonía. Antes que exigir la perfección en otros debe saberla vivir en la práctica concreta. En su trato con los demás debe ser moderado. Tanto en sus gestos como en sus palabras debe manifestar cordura y moderación porque si no sabe controlarse a sí mismo no podrá controlar a otros. El que está al frente y no sabe controlar sus impulsos, ofende y quiere imponerse a costa de mentiras, perderá toda autoridad y su recuerdo será fatal. Otro consejo de Confucio a los gobernantes es que no se rodeen nunca de aduladores, de personas que siempre les celebren, sobre todo, sus locuras y “excentricidades”.
Un buen gobernante agradece siempre al sabio que le hace ver sus errores, porque: “El respeto a los hombres dignos permite al gobernante no sufrir engaños”. Igualmente, recomienda Confucio tratar bien, “con indulgencia”, a los servidores públicos de menor rango. En las Analectas, Confucio incluso llega a proponer cinco “bondades” o como en otras partes se les ha llamado, “Las Cinco
Cosas Adorables”, con las que debe contar el gobernante: “es benefactor, pero no derrochador; exhorta al trabajo, pero no provoca resentimiento; tiene deseos, pero no codicia; posee grandeza, pero no soberbia; es imponente, pero no huraño.” Si nos detenemos un momento al analizar todo esto, nos damos cuenta de lo lejos que estamos y hemos estado de tener gobernantes que realmente
sean dignos del cargo al que han sido elevados. En toda nuestra historia republicana muy pocos han llegado siquiera a ser medianamente considerados como cumplidores de este
“Plan de Vida”.