Reflexión | Shavuot

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Les he comentado en la columna de la semana pasada que me resultaba muy preocupante la poca importancia que le damos a la celebración de la solemnidad de la Ascensión del Señor. Pero también es preocupante el poco interés que tenemos por la celebración de Pentecostés. En el mundo hebreo, esta fiesta, era realmente bella y era una síntesis preciosa de varias celebraciones que se juntaban en una sola.

La fiesta del Shavuot, o fiesta de las semanas, era el nombre con el que normalmente se le designaba. Basta pensar en el término Shabbat, para entender un poco su sentido. Es la fiesta de los “sábados” de los 7 sábados que indican la plenitud de los descansos. Por eso es una fiesta hermosa que indica que lo que Dios espera es que estemos con Él, que descansemos en Él. Pero, como la misma celebración lo indica es mucho más que eso porque no es una fiesta para tender una hamaca, sino para encaminarnos a una “nueva creación”.

El octavo día, el día de la Resurrección, encuentra su plenitud en el sentido santificador de la vida misma. Por eso también se le llama Fiesta de las Primicias, de los “Bekkurim”, porque se hace entrega de la primera cosecha de trigo. Entregar a Dios las primicias, lo primero que producen los campos o que produce el vientre de una mujer, es fundamental para entender el sentido de consagración que tiene esta fiesta. El Espíritu Santo nos consagra como primicias para Dios, porque a Él le pertenecemos. Somos suyos y recibir el Espíritu es entendernos así: suyos. Por otra parte, bellamente, el mundo judío celebra en este día el don de la entrega de la Ley en el Sinaí. Los judíos caminando por el desierto llegan al Sinaí después de haber pasado 7 semanas. El día 50 de su “peregrinación”, alcanzarán a” ver la voz de Dios”.

La fuerza de la palabra de Dios escrita en piedra se graba por la acción de “centellas de fuego” que en el Pentecostés cristiano se grabarán en los corazones de los que crean. En Pentecostés, en el Shavuot, los judíos se alegran de renovar el don de la entrega de su Ley, la renovación de la Alianza. En nuestro Pentecostés no es un asunto de renovar la Alianza, que lo hemos hecho en la Pascua sino de completar el cumplimiento de esa promesa que Dios ha hecho sellada en la Sangre de su Hijo en la cruz y ratificada por la fuerza de su Espíritu en el corazón de los fieles. Saber esperar, confiar en que Dios cumplirá lo que promete y entregarle lo mejor de nosotros mismos, son parte de la celebración de Pentecostés. Por eso, para celebrar como se debe, hay que hacerlo desde un corazón como el de María. Corazón consagrado, entregado y paciente.

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