Reflexión | Nuevo año litúrgico

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Comenzamos un nuevo año litúrgico y como siempre tenemos dos grandes retos que superar. En primer lugar, debemos superar la idea de que se trata de un evento meramente cíclico. Es decir, que estamos volviendo a empezar, como lo hicimos el año pasado o los años anteriores, acontecimientos ya vividos. Es muy cierto, que las celebraciones son recurrentes, pero desde nuestra fe sabemos perfectamente que se tratan de celebraciones actualizadas. Lo nuestro, no es un eterno Nirvana a la manera de las concepciones del mundo hindú ni tampoco somos seguidores de aquel filósofo griego Heráclito, que decía que: todo lo que pasa volverá a pasar y ya ha pasado. Incluso me atrevería a decir, que debemos superar el aparente pesimismo del autor del libro del Eclesiastés que nos decía que: “no hay nada nuevo bajo el Sol cierro”.

Finalmente, no se trata tampoco de que digamos, simplistamente, que es cierto que no es cíclico porque es un nuevo año y nos estamos haciendo más viejos. La historia de nuestra salvación, la historia de la Iglesia debe ser vivida, asumida y actualizada como nuestra historia personal de salvación. La liturgia, sus ciclos y sus celebraciones son parte de esa historia de salvación y si hay algo que esto nos enseña es a saber esperar y confiar. El otro gran reto al que nos enfrentamos al inicio de cada nuevo año litúrgico, y que no me cansaré de combatirlo, es alcanzar a vivir al menos personalmente el tiempo del adviento.

Los sentimentalismos, la dulzonería y una especie de nostalgia colectiva anulan el que respetemos el tiempo de preparación a la Navidad. Es exagerado como desde prácticamente septiembre, en muchos lugares se quiere forzar a respirar un cierto ambiente navideño que en el fondo termina siendo un mecanismo para ocultar vacíos, carencias, sobre todo de afecto y, más aún, camuflar o tapar los problemas que nos aquejan.

El tiempo del adviento, es el peor tiempo litúrgico del año, y si a esto le sumamos que este año quedará reducido apenas a 3 semanas y unas horas, el reto se vuelve más grande aún. Mientras les escribo estas líneas, he recibido ya un par de mensajes en los que me dicen que ya se respiran los aires de diciembre. Evidentemente, de mi parte, si eso se tradujese en unas buenas torrejas, estaría de acuerdo.

Sin embargo, la mayor parte del mes de diciembre debería servirnos para ejercitarnos en el tema de la sana espera, Si me lo permiten, como María, en la Dulce Espera. En el adviento, celebramos al que viene, al que ha venido y al que está viniendo. Es imprescindible superar la tentación de seguir creyendo que nosotros que estamos sujetos en el tiempo podemos controlar al que se hizo parte de nuestro tiempo para recordarnos la existencia del cielo. Nuestro adviento, no quiere solo preparar esta Navidad, sino nuestra eternidad.

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