Reflexión | Miedo a los que disienten

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Sinceramente, lo admito, esto de ser portavoz de la Conferencia Episcopal no es nada fácil. Los periodistas y supongo que buena parte de la población, nos han acostumbrado a tener respuestas inmediatas e inmediatistas a lo que acontece. La Iglesia, en general, no procede así. Cada respuesta que debe darse a cada situación particular, debe de ser producto de la oración y la meditación concienzuda para que así las respuestas no sean viscerales, lo que a la larga generaría un daño inmensamente mayor.

Sin embargo, reconozco la difícil tarea de los señores obispos a los que, por prudencia y madurez adquirida en el ejercicio de su ministerio pastoral, saben bien que nada que se diga, sin oración y escuchando a todos los que quieran contribuir al bien del país, será realmente positivo. Estamos asistiendo a un recrudecimiento de las intransigencias a nivel mundial. Como historiador, no creo que la historia sea cíclica o mucho menos, pero bien que es cierto que después de una gran pandemia, el espíritu humano, en lugar de tender a la reconciliación y a la aceptación de los errores para corregirlos, se enfrasca en una espiral de violencia y el surgimiento de totalitarismos que ahogan el verdadero espíritu humano y, en su afán controlador de todo y de todos, terminan volviéndose máquinas de guerra y promotores de odios sin ningún sentido.

Lo que estamos viviendo en países como Nicaragua es solo una muestra de la incapacidad de los gobernantes dominados por la ideología y embrujados por su ego, para escuchar a quienes disienten de ellos y de repente solo están buscando ayudarles en el ejercicio sano y equilibrado del poder. Entendido, este último, como un servicio en bien de los que les han sido confiados. El cierre de emisoras de radio, tanto las católicas como las no católicas, responde a un afán de silenciar las voces que no son de simples disidentes, sino que repiten lo que la misma conciencia les está dictando, pero no quieren atender, porque eso significaría admitir que se equivocan y que no todo es como lo pintan.

Les decía al inicio que no es fácil ser portavoz de la Conferencia Episcopal, porque todos estos días he debido rehusarme a responder a preguntas de los periodistas, incluso algunos que sé son excelentes y profesionales, pero aunque “me pique la lengua” por decir cosas para evitar que lleguemos a excesos que pueden terminar rompiendo hasta con el orden constitucional, me veo obligado a obedecer y a respetar el tiempo que los mismos señores obispos, que tienen más sabiduría y madurez que este servidor, me han pedido. Alguno dirá que de todas maneras ya me estoy expresando, pero sepan que esta columna, que desde hace más de 12 años escribo, es de mi parecer muy personal y no refleja, para nada, lo que podríamos llamar un carácter oficial y quién pretenda usarla con esa finalidad comete una falta de ética y respeto al ejercicio sano de la comunicación.

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