Reflexión | María

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El mes de mayo es para quienes somos devotos de la Santísima Virgen, uno de los meses más hermosos. No cabe duda que, sin el auxilio de María, nada de lo que somos o lo que hacemos sería posible. De hecho, es una de las cosas que más lamento de nuestras relaciones con nuestros hermanos separados al no poder compartir con ellos abiertamente el amor de una Madre que los ama intensamente, que intercede por ellos y que les está esperando con los brazos abiertos.

Pensaba en todo esto en estos días en que escuchamos tantas malas noticias venidas de algunas de las Diócesis en Alemania, que han malinterpretado lo que el ecumenismo es o peor aún que han malinterpretado lo que la apertura de la Iglesia es.

Podrán tacharnos de retrógrados, de cerrados, de anticuados o de conservadores, pero es que hay tanto que conservar, hay tanto que cuidar, hay tanto que preservar que si nos centramos en crear una especie de populismo en el interior de la Iglesia, pretendiendo con ello acomodarla a los nuevos aires que se respiran en el mundo, podemos terminar contagiándonos de un veneno que degradaría el valor de la persona humana, de su sexualidad, de su integridad. Si queremos abrir la Iglesia, como dice el Santo Padre, no se trata de perder de vista lo fundamental, no se trata de democratizarla al punto de hacer de ella una veleta movida por cualquier viento de cambio.

Es preciso que lo que hemos recibido, lo que durante 21 siglos hemos preservado, no se vaya por una cañería, movido por un sentimentalismo que olvida la intención del Creador. Por eso me dolía tanto que fuese en el mes de mayo, en el mes dedicado a María, que escuchásemos de este tipo de prácticas en las cuales se ha llegado incluso a hacer de la Santa Eucaristía una práctica en la que se pierde completamente lo que ella es.

Seis siglos atrás la Iglesia tuvo que luchar fuertemente para defender a capa y espada, la presencia rede Cristo en las Sagradas Formas. Parece ser que nos tocará una vez más volver a defender éste principio fundamental, esencial de nuestra fe. Si seis siglos atrás un fraile agustino con su soberbia rompió la unidad de la Iglesia, quiera Dios que la soberbia de los que están protagonizando esas prácticas en estos días, no vaya una vez más a fragmentar la unidad que es una característica esencial de la Iglesia fundada por Cristo.

Así que, quisiera invitarles a unirse conmigo a lo largo de estos días que nos faltan para concluir el mes de mayo, para invocar una vez más a María. El Santo Padre nos pidió que a lo largo de este mes recemos juntos el Santo Rosario para pedir el final de la pandemia, pero yo le estoy pidiendo también a la Madre del Señor y madre nuestra, que cese la pandemia del odio y la división en nuestra patria y el interior de la Iglesia.

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