Estamos concluyendo el Mes del Matrimonio y la Familia y como siempre, nos está dejando algunas experiencias, algunos elementos que debemos profundizar y, sobre todo, practicar. Precisamente, al salir de una de las misas el domingo pasado, tuve la posibilidad de ver un cuadro que me ha dejado profundamente conmovido y sinceramente, preocupado. En un extremo de la calle miré venir a una persona que a todas luces no se identifica con su sexualidad y, además, que ha decidido mostrarle al mundo su, llamémosle, excentricidad. Conozco varias personas, que se consideran homosexuales, y en ningún momento les he visto haciendo exhibicionismo de aquello. Muy al contrario, llevan su situación en el marco del pudor y de la castidad.
Luchan por mantener una situación que les permita llevar su vida de manera ordenada y sin ninguna intención de llamar la atención sobre ellos mismos. Creo que no hubiese pasado de ahí, el haber visto a esta persona, si no fuese, porque llevaba de la mano a una niña pequeña. Ahí si mi preocupación fue mayúscula. No le conozco y tampoco pretendo hacer un juicio de valor sobre esta situación, pero estoy convencido que los modelos para nuestros niños no deberían jamás pasar por este tipo de conducta.
Si el domingo pasado, en la carta de los Efesios, San Pablo nos advertía de que los tiempos son malos; visto lo visto, San Pablo tiene toda la razón del mundo. El nuestro es un ambiente tan pero tan permisivo y degradante, que no está propiciando espacios para el desarrollo integral de las personas. No es mi intención, ni lo ha sido nunca de la Iglesia, imponer nada, ni lo que sé, porque cuando ha habido intentos de querer imponer la moral a “rajatabla”, la Iglesia ha tenido que pagar siempre una factura muy alta. La familia, no solo como institución, sino como ideal, está siendo profundamente atacada y los valores que en ella deberían de encontrar su escuela natural, están constantemente bajo ataque.
Nosotros cuando hablamos de la familia presentamos el proyecto original, la idea fundamental de lo que ella está llamada a ser. Lo lamentable con estos grupos enemigos de la familia, es que aparte de no respetar el derecho que tenemos todos a disentir de esta o aquella otra idea, terminan queriendo imponernos unos criterios que desdicen la ley natural y la ley que Dios. Volviendo a mi relato inicial, porque no vayan a pensar que se trató únicamente de una niña en manos de una persona exhibicionista, sino que, me parece que incluso fue premeditado y no una simple casualidad, dado que al otro extremo de la calle, se encontraba un grupo de feligreses de una iglesia pentecostal saliendo de su culto. Aquel gesto fue provocador y me hizo pensar en la respuesta que debemos seguir dando frente a todo esto: amar y servir, educar y acompañar.