Reflexión | Libertad de Culto

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Cuando en aquellos tiempos de mi adolescencia, nos tocó estudiar la clase de Moral y Cívica, y que todos los que recibimos esas clases coincidimos en que fue un grandísimo error retirarla del plan de estudios, uno de los temas que más disfruté, sin duda, fue el estudiar los derechos y libertades de los que goza un ciudadano, profundamente ligado a sus deberes. Esta idea fundamental, de ligar los derechos a los deberes, está profundamente unida a la moral cristiana y el derecho natural, por eso cuando tuve la gracia de estudiar la Moral Fundamental, me resultó fácil porque como dice el refrán: quien con una luz se pierde es porque en tinieblas quiere caminar. En estos días, a raíz del semi conflicto suscitado por la publicación de la derogación de convenios que el Estado de Honduras había suscrito con algunas instituciones religiosas para el manejo migratorio de quienes prestan un servicio en ellas y que han nacido fuera del territorio nacional, me vino a la mente mucho de lo estudiado en aquellas clases.

Tanto la libertad de culto como la libertad de expresión son pilares fundamentales para el desarrollo de cualquier sociedad civilizada del planeta. Es evidente que sólo los gobiernos totalitarios son los que tienden por una cobarde manera de concebir el ejercicio del poder, a restringir estos derechos. Es muy cierto que, este gobierno en particular, no sé si adrede o por errores del mal manejo de las relaciones con las instituciones y con los gobiernos que tienen representación diplomática en el país, se ha dedicado a abrir frentes de conflicto que en muchos casos podrían evitarse.

Por eso, aunque fui requerido para hacer alguna declaración respecto a esta crisis, que gracias a Dios parece haber sido abortada, me abstuve de hacer ningún comentario dado que, en nuestro ambiente es imposible hacer distinguir lo que puede opinar particularmente un ciudadano como lo soy yo, y que lo que opine termine viéndose como la opinión de la Conferencia Episcopal de Honduras, o peor aún, como acostumbran hacerlo a decir en los medios: la iglesia dice esto. Claro que no es fácil callarse cuando uno sabe qué, aunque aparentemente no es una política institucional, nos topamos con funcionarios que quieren danzar al ritmo del caos y, como lo escuchamos de las declaraciones de algunos mal llamados padres de la patria, incluso se atreven a citar la historia y a uno de nuestros próceres como enemigo de la iglesia.

Como historiador, sencillamente lamento la infinita ignorancia con la que algunos de ellos se desenvuelven. Creo que hasta leer les cuesta un poco. Debemos sacar lecciones de lo ocurrido. Cuando hay un convenio se habla con los involucrados antes de publicar una disposición unilateral, para evitar malos entendidos. Segundo, suficientes conflictos tenemos en el país como para creer que enfrentando a las instituciones que han asumido responsabilidades que el Estado no tiene capacidad de atajar y que por nuestra condición de pasto- res nos es más fácil identificar.

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