REFLEXIÓN | La Patria

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Resulta ser que, por una de esas coincidencias de la vida, cuando estudiaba la lengua latina como un requisito de mis estudios en la carrera de historia analizamos detenidamente con un excelente filólogo, doctor en historia, doctor en lenguas y latinista consumado el origen de la palabra patria. Todo nació, de una publicación que en aquel entonces se hizo en uno de los panfletos que acostumbran a publicar algunos señores que se la dan de muy inteligentes, o señoras, y que a la larga no resultan ser más que un pasquín ideologizado que cree que forzando la lengua a cambios producto de un criterio parcializado, anacrónico y por demás descontextualizado podrán atraer a sí, sobre todo a los jóvenes descontentos con los sistemas de gobierno imperantes y que son fácilmente manipulables.

Dado que, se les hace creer que han sido adoctrinados por una lengua que pretendía subyugarles y no que era el resultado de un proceso evolutivo natural de cualquier cultura. Es decir, el “adoctrinamiento” que hemos sufrido a lo largo de la construcción de la lengua de origen indoeuropeo, pasando por el latín tardío hasta llegar al castellano, el equivalente a más o menos 26 siglos, tiene menos peso que el adoctrinamiento moderno en el que sacado de la nada y sin ningún fundamento rigurosamente lingüístico, filológico e histórico, pretenden forzar.

La palabra patria aunque efectivamente este asociada al sustantivo “pater”, realmente hace referencia a los antepasados sin especificar su sexo. El punto de partida es legítimamente correspondiente a la necesidad que todos tenemos de un pasado al cual podamos referirnos y el cual nos genera identidad. En otras palabras, el término patria se refiere al lugar de nuestros antepasados y con todo respeto, lo cual en ningún momento estoy seguro afecta a mi madre, incluye a mi padre.

De hecho, la misma lengua me impediría decir “padre patria”, porque la patria en el fondo recuerda una familia, un lugar al que podemos
remitirnos y llamar propio, nuestro, común. No creo que tengamos los varones la necesidad de salir a las calles, quemar cuanta cosa nos señalen los seudo-líderes que astutamente saben que para unir un conglomerado hay que encontrarle un enemigo, aunque sea imaginario, para reclamar que ese femenino matriarcal de “madre patria” nos es ofensivo y por encima de todo conculca nuestros derechos y nuestra dignidad. Es imprescindible, saber estar atentos a esta oleada ideológica con la que una vez más están queriendo distraernos.

La lengua es un vehículo de comunicación y no puede ser un criterio para obligar a otros a seguir o aceptar el comportamiento que sea. Eso lo rige la ética y la simple naturaleza humana. Si me permiten ir un poco más lejos creo que lo que sí es urgente es “hacer patria”, recordar que tenemos un pasado común y un destino común. Divididos por excentricidades no vamos a vernos nunca como hermanos y eso retrasará cada vez más nuestro progreso y nos seguirá pasando la factura de la eterna inmadurez política en la que crecemos.

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