Reflexión | La familia es nuestra opción ¡siempre!

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El mes de agosto, como todos lo sabemos, es el mes dedicado a nivel de nuestra Iglesia a subrayar el valor del matrimonio y la familia. La familia lo es todo. Uno de los elementos que quizás hemos perdido de vista en medio de esta crisis social, política y moral que vivimos es que la única institución garante de que efectivamente puedan ser superadas todas las crisis, es la familia. Es en la familia donde descubrimos el verdadero sentido de lo que somos y hacemos. La familia, sus valores y lo que realmente es y está llamada a ser no son negociables.

Incluso el hecho de que traslademos los conceptos de familia a definir las relaciones al interno de nuestros países, nos revela que todos comprendemos que sin la familia no somos nada y que a lo que aspiramos es a ser una familia. Toda esta semana hemos participado de la Asamblea Nacional de Pastoral y aunque el tema ha apuntado más en la línea de la necesaria solidaridad que debe existir entre todos para alcanzar la justicia que tanto anhelamos, no he dejado de pensar después de cada intervención, de cada charla y de cada trabajo en equipo, que en el fondo lo nuestro tendría solución si respetásemos lo que es una familia según Dios y para Dios.

El valor de la justicia se aprende en la familia cuando se le practica como una virtud y se recuerda que las injusticias se “heredan” cuando vamos transmitiendo a las generaciones futuras actitudes y comportamientos que pasando por la indiferencia y la falta de honestidad, desembocan en actos discriminatorios, violencia y divisiones sin fin. Es bien difícil pedirle a un miembro de un partido político que vea al de otro partido político como hermano cuando eso no se ha aprendido en casa.

Es decir cuando no se aprendido a valorar las diferencias que puedan existir entre nosotros y se vean como oportunidades y no como obstáculos. No podrá haber verdadera fraternidad a nivel social ni comunitario sino potenciamos la fraternidad a nivel familiar.

Hablar de fraternidad es superar la mentalidad reduccionista a la que la llevaban los conceptos salidos de la Revolución Francesa, porque se promovía una hermandad en la que fundamentalmente existía una discriminación. Y la verdadera fraternidad no se construye sobre el supuesto de que seremos hermanos cuando todos pensemos de la misma manera o compartamos los mismos gustos.

Seremos hermanos cuando busquemos y trabajemos juntos, es decir solidariamente, para que cada uno y cada una sean respetados en su dignidad y que no pretenda imponer sus ideologías, sin ideas. Seremos pues, realmente hermanos cuando sepamos encontrar puntos coincidentes y cuando incluso no los encontremos, pero tengamos el ideal de respetarnos, ayudarnos a ser mejores y no a competir de manera desleal anteponiendo nuestro provecho personal al bien común.

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